lunes, 20 de mayo de 2013

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              Las cifras de Maduro

Era previsible que el legado económico del proyecto chavista implicara el deterioro y la destrucción de las principales palancas de la economía nacional. No se conoce hasta ahora ninguna experiencia de regímenes de este tipo que no haya tenido un epílogo similar. Felipe González resumía el drama del socialismo de una manera gráfica: “lo que produce el capitalismo lo distribuye el socialismo”. El propio Hugo Chávez cuando tomó posesión en febrero de 1999 advirtió que aplicaría la “teoría del caos”, y en su jerga militar dijo que su revolución implicaba en primer término una acción de artillería para destruir el viejo modelo económico y luego la tarea de reconstruir el país sobre la base de los escombros del pasado.
La aprobación de la Constitución de 1999 y la labor de limpieza de la meritocracia de PDVSA y de los altos mandos militares le abrieron la posibilidad de avanzar en su propuesta que de bolivariana pasaba a convertirse en ideológica y se aferraba a la experiencia fidelista. Seguramente, Chávez nunca pensó que habría de tener una temprana respuesta de la sociedad democrática de rechazo a las primeras leyes que apuntaban hacia el modelo autocrático. Ello produjo la enorme tensión política que se registró durante los años 2001, 2002, 2003 y 2004 que obligó incluso al gobernante a abandonar transitoriamente el poder. Si bien con el tiempo se destaca el valor histórico de aquellas jornadas como las marchas populares, los paros cívicos, la disidencia militar de Altamira y el paro petrolero de 63 días que en la práctica implicó una parálisis nacional, existe en cambio una lectura más ajustada a la realidad.
Aquellos tormentosos años le abrieron paso al chavismo para la radicalización, para darle perfil ideológico al socialismo del siglo XXI y sobre todo para establecer lazos mucho más allá de la afinidad política con el régimen cubano. A partir de allí, Chávez gozó de la bendición de unos precios petroleros en alza ya no como producto de coyunturas geopolíticas sino como resultado de una recomposición del mercado energético y la economía mundial. Al mismo tiempo se dieron todos los factores para avanzar en la construcción y exportación del socialismo del siglo XXI. Petróleo y Fuerzas Armadas significaban una combinación perfecta para una propuesta que no era posible que se repitiera en ningún otro país latinoamericano.
No es por casualidad que ninguno de los socios del ALBA y otros aliados pudieran reproducir la experiencia chavista. Si bien es cierto, que en alguno de ellos persiste una tendencia autoritaria en general se mantienen la independencia de poderes, los ejércitos preservan su autonomía y el sector privado ha tenido espacio para la expansión y el crecimiento. Ello explica que Uruguay, Perú, Bolivia, Ecuador (por supuesto sin contar a Chile, Colombia Argentina ni Brasil) exhiban hoy índices económicos alentadores, en contraposición a la verdadera catástrofe estadística que muestra la economía venezolana.
Un simple repaso a la prensa del día miércoles 15 de mayo pone en claro la magnitud de los retos que deberá enfrentar el gobierno de Nicolás Maduro para superar una crisis con raíces demasiado profundas: “inflación de alimentos es la más alta de la región”; “gobierno importará cincuenta millones de rollos de papel higiénico”; “farmacias de los hospitales fallan en antibióticos y anestésicos”; “CEPAL señala que inversión extranjera cayó 15% en 2012”, entre otros titulares. Mientras tanto el músculo petrolero que ha servido para estatizar virtualmente al país tiende a perder su fortaleza y es sustituido por una acelerada carrera de endeudamiento con la agresiva política expansionista de China.
De esta manera, es obvio que el gobierno se enfrenta a la necesidad de una rectificación mediante acuerdos y concertaciones (de allí que es positiva la reunión de Maduro con Lorenzo Mendoza presidente de Polar) con el sector privado para estimular la producción y la inversión nacional y extranjera. Una tarea que parecía improbable para Hugo Chávez, cautivo del mesianismo, pero que podría acometer Maduro y su equipo si se actúa con el realismo y el pragmatismo que las realidades suelen sobreponer a los delirios revolucionarios.

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