Mardo y el Sierra Nevada
Pocos
gobiernos en el mundo han escapado a la acusación de ejecutorías contrarias al buen
manejo del dinero público. Durante años se trató de un tema que subía de tono
cuando dictadores y gobernantes autocráticos abandonaban o eran echados del
poder. En los tiempos modernos la corrupción es ya una subcultura universal y
si no que lo diga la novedosa experiencia de China, donde la conducción del
Estado va asociada a un desenfrenado enriquecimiento de los altos funcionarios.
Si
hubiera que ubicar el tema en Venezuela (obviamente Gómez y Pérez Jiménez
fueron objeto de sanciones, persecuciones y juicios por esta razón) en la etapa
democrática el proceso comienza con el famoso buque Sierra Nevada en 1980,
durante el gobierno de Luis Herrera Campins. Siendo ministro del FIV Leopoldo
Díaz Bruzual obtuvo la información de que existía un sobreprecio en la compra del
Sierra Nevada, durante la época de Carlos Andrés Pérez, un barco para palear
una situación abrumadora de importaciones de alimentos.
La
denuncia dio pie para que las responsabilidades pudiesen llegar hasta el Presidente
saliente, quien ya apuntaba como aspirante a la reelección, lo cual facilitó
entre sus adversarios una verdadera conspiración de largo alcance. Era muy
sencillo: si se enjuiciaba a CAP por corrupción, se le cerraba el paso a quien
desde ya se perfilaba como una opción eventualmente ganadora en las votaciones
de 1988. Y así ocurrió. Se confabularon en este objetivo sectores de AD
vinculados al propio Betancourt, COPEI, el MAS y otros factores que le temían a
su reelección. Se instruyeron expedientes, se elaboró un informe parlamentario conocido
como Tenorio Sifontes (elaborado por uno de los fundadores de URD) y se presentaron
ante el Congreso sus conclusiones, las cuales lo condenaban (sin que en verdad
existieran suficientes elementos de juicio) por razones políticas, administrativas
y hasta morales.
Pérez
se convirtió en el ojo de la tormenta y todo parecía indicar que habría de ser
la víctima propiciatoria de una eficaz operación de retaliación política. ¿Pero
quienes promovieron la acción tenían acaso idea de lo que ello iba a
representar en el futuro? Recuerdo que en esos días, como reportero de El
Diario de Caracas, tuve una conversación privada con el Expresidente en su
oficina de la Torre Las
Delicias en la avenida Libertador. Hombre sereno a pesar de su vehemencia
oratoria, un tanto compungido y frente a un ocasional trago de whisky me
confesó: “si el juicio procede como ellos quieren, la democracia lo va a pagar
muy caro”. Y así fue.
Pérez
se salvó de la cárcel pero quedó estigmatizado no sólo él, sino los gobernantes
siguientes. Un hombre de honestidad más que comprobada como Luis Herrera Campins,
conoció la persecusión contra tres de sus exministros de la Defensa y otros altos
funcionarios de su gestión. Jaime Lusinchi tuvo que abandonar el país bajo el
peso de sanciones semejantes. El propio Carlos Andrés Pérez fue depuesto en un
golpe parlamentario en 1993 por razones similares. También varios ministros de
Caldera optaron por el exilio. La corrupción se había convertido ya en un
pretexto eficaz para descalificar gobernantes sin que en muchos casos
existieran razones concretas para ello, pero además en una afición
ventajosamente mediática para los entonces parlamentarios denominados
“denunciadores de oficio”. ¿Hasta dónde ello no privó entre las razones
fundamentales para el colapso de la democracia que abrió paso al chavismo?
El
espectáculo de este martes 30 de julio en la Asamblea Nacional ,
en el cual se allanó la inmunidad del diputado opositor Richard Mardo por
supuestos actos delictivos, deja una dramática lección: siempre el tema fue
usado contra funcionarios que obviamente disponían de recursos públicos. En
este caso, la víctima es un opositor comprometido con las luchas populares y en
esta ocasión se cruzaron acusaciones del mismo calibre entre oficialistas y
opositores. ¿Qué quiere decir ello? Que la corrupción ya no es sólo una
aberración del poder, sino que es un tema que arropa a la sociedad en general y
que define la dramática conmoción que viven los venezolanos, sin que por esa
vía se asome la posibilidad de rescatar la honestidad y la ética en la manera
de gobernar. Para algo peor, como lo previó CAP, sirvió el Sierra Nevada.
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