La nueva Guerra Fría
El acercamiento entre Barack Obama y Vladimir Putin para encontrar una respuesta común a la crisis de Siria en relación al uso de armas químicas, revela de alguna manera los acelerados cambios que se están produciendo en la geopolítica mundial. Diez años atrás para los Bush la situación hubiera sido mucho más sencilla. En 1991, George Herbert Walker Bush decidió unilateralmente la invasión de Irak como castigo por la incursión de Saddam Hussein en Kuwait. Se consagraba lo que se llamó “el nuevo orden mundial”, según el cual Estados Unidos se erigía en potencia indiscutida, después de que un año antes de había desplomado el bloque comunista. Era en la práctica el final de la Guerra Fría.
El hecho marcaba un escenario de nuevas relaciones entre los bloques de poder, en términos militares. En 2001, como respuesta a los ataques terroristas a las Torres Gemelas y al Pentágono, su hijo George W. Bush, también por su cuenta, desafiando a las Naciones Unidas, decidió la invasión de Afganistán y nuevamente de Irak, sólo con el apoyo de Gran Bretaña y uno que otro país de menor importancia militar.
En 2011, con el comienzo de la Primavera Árabe, el gobierno francés de Sarkozy, con el apoyo de otros países de la OTAN, decidió un “cerco quirúrgico” contra el régimen de Muammar Gadafi, alegando crímenes de lesa humanidad cometidos por el dictador libio. La ONU hubo de intervenir discretamente para apoyar un hecho consumado. Y así ha venido ocurriendo en otros escenarios del Medio Oriente, donde enérgicas movilizaciones populares han depuesto a gobernantes autoritarios.
La situación planteada desde hace dos años y medio en Siria (una guerra que ha demostrado el poder militar que ejerce Bashar al-Assad) ha introducido un cambio importante en relación con los planes de enfrentamiento. Barack Obama estaba obligado, por elementales razones morales, ha intervenir aunque fuera también de manera “quirúrgica” ante la denuncia del uso por el régimen sirio de armas químicas (el famoso gas sarín). Podría hacerlo al margen de la ONU, que planteaba la necesidad previa de que sus observadores comprobaran ciertamente el uso de estas armas y quién las había usado. Dadas las características del conflicto que se escenifica en Siria, ellas podrían estar en poder de Bashar pero también de los grupos rebeldes que lo enfrentan, en los cuales se mezclan organizaciones confesamente terroristas. Obama habría de contar en este caso con el apoyo de los países de la Unión Europea y lógicamente con la fortaleza bélica de Israel (país colocado en “el ojo de la tormenta”).
La reunión sostenida entre Obama y Putin en San Petersburgo, a propósito de la conferencia del G-20 hace dos semanas, dio un vuelco a lo que parecía una inminente confrontación armada, con consecuencias ciertamente impredecibles. Es evidente que Putin convenció a al-Assad de que en caso de que tuviera armas químicas, éstas fueran puestas en manos de la ONU y de esta manera, bajar las tensiones y detener una inevitable intervención. Por supuesto, al-Assad seguiría gobernando en la nación árabe y Estados Unidos, como lo había anunciado su Presidente, no tenía planteado un envío de tropas, lo cual sería un contrasentido después de que el ejército norteamericano está abandonando Irak y Afganistán, luego de dos exitosas victorias militares pero cuyas consecuencias políticas han decretado la tragedia de ambos países y de sus vecinos.
En la práctica, las gestiones y los reclamos de organismos internacionales y de otros países importantes de Europa, como Francia y Gran Bretaña, han sido relegados por el resultado de unas conversaciones que inicialmente se consideraron informales y cuyos primeros resultados para ambos gobernantes, no condujeron a ningún tipo de coincidencias. ¿Cuál es la lección de lo ocurrido? En primer lugar lo que ya se sabe, en el sentido de que los organismos internacionales han visto erosionada su capacidad de negociación y suelen ser despreciados por los países que cuentan con importantes fortalezas militares. Y la más novedosa enseñanza sería que sin necesidad de sofisticados desarrollos armamentistas, Obama y Putin están reproduciendo de alguna manera los dos polos de una nueva Guerra Fría.
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