La batalla que no termina
El año 2002 está marcado por acontecimientos que significaron cambios importantes en la vida del país. Durante esos meses se puso en claro el verdadero rumbo del proyecto chavista y se registró una impresionante activación de la sociedad civil. El periodista Alfonso Molina en el libro “2002, el año que vivimos en las calles” sostuvo varias conversaciones con Carlos Ortega, aún presidente de la CTV y ahora exiliado en Perú, quien jugó un papel protagónico en las jornadas de aquella época. Es cierto que sobre el 11 de abril de ese año, cuando se produjo la renuncia de Hugo Chávez, su ausencia por tres días del poder y su posterior regreso, existen numerosos testimonios y libros de investigación.
En este caso, Molina y Ortega pasan revista a todos los hechos que partiendo del 10 de diciembre de 2001, cuando se produjo el primer paro nacional de 24 horas convocado por la CTV y Fedecámaras, hasta los eventos más recientes, como las últimas elecciones presidenciales. Si bien se usa el recurso de las preguntas y respuestas, el periodista añade a cada capítulo textos reflexivos que le dan un valor adicional a la obra y permiten un seguimiento de las luchas libradas a lo largo de una década. De esta manera, se puede tener una visión integral y no fragmentaria de los sucesos que los venezolanos hemos vivido bajo la llamada Revolución Bolivariana.
En las movilizaciones del año 2000 se produce una emergencia espontánea de nuevos factores de la sociedad civil sin la conducción de los partidos políticos opositores que habían sufrido los efectos de la derrota electoral de diciembre de 1998, que eligió a Hugo Chávez y que dio paso al proceso constituyente y a un progresivo cambio de régimen. Desde el llamado de los educadores contra el Decreto 1011 que intervenía la educación, pasando por la discusión colectiva de los trabajadores petroleros y la primera propuesta de una Ley Habilitante que aprobaría decretos restrictivos en el tema de la tierra y en general de la propiedad privada, se puso en claro que la sociedad venezolana iniciaba una resistencia activa.
Sin dirección política conocida y sin que todavía el proyecto chavista hubiese plasmado sus verdaderos objetivos, miles de venezolanos se lanzaron a las calles en masivas movilizaciones nunca antes vistas. Puede decirse que las marchas de esos días son el antecedente de las protestas llamadas de “los indignados” en los países europeos, algunas de las explosiones de la Primavera Árabe e incluso las recientes manifestaciones registradas en Brasil y Colombia. Ello explica por qué a los pocos meses se produjo la marcha que culminó en Miraflores con la masacre de 19 venezolanos y horas después, con la dimisión del propio Chávez.
Su regreso con la promesa de estimular un reencuentro nacional (es famosa su fotografía con un crucifijo en las manos) no hizo mella en el ánimo de los manifestantes. Por el contrario, se creó un clima de creciente tensión que obligó a la instalación de una Mesa de Negociaciones y Acuerdos propuesta por el gobierno, con representantes opositores y coordinada por el Centro Carter y la OEA, cuyo secretario general, César Gaviria, hubo de instalarse varios meses en Caracas.
La protesta militar de Altamira, el paro nacional de 63 días, la recolección de firmas para activar el referéndum revocatorio y la posterior realización de éste con unos resultados que colocaron en entredicho la transparencia del CNE, fueron el inicio de un proceso que si bien es cierto que posteriormente pasó a mano de los partidos políticos, abrió cauce a los combates que se han dado posteriormente en el ámbito electoral, cuya expresión más significativa fue la votación mayoritaria de Henrique Capriles Radonski el 14 de abril de este año. En las páginas del libro queda en claro que se trata de una sola línea de resistencia y que los éxitos electorales de ahora no son aislados ni gratuitos, sino la consecuencia directa de lo que hace más de 10 años surgió con inusitada fuerza en las calles venezolanas. Un tema que permite futuras reflexiones.
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