jueves, 6 de noviembre de 2014

Fábula Cotidiana

El Pacto de Puntofijo

El viernes 31 de octubre de 1958 se suscribió el Pacto de Puntofijo. Se llamó así porque la reunión y la firma se realizaron en la residencia de Rafael Caldera. El anfitrión cuenta por qué el nombre de su domicilio: “Puntofijo es el nombre que pusimos mi novia y yo a la modesta casa donde fundaríamos nuestro hogar; construida con un crédito de La Previsora sobre un solar que me regaló mi padre, en un sitio que en aquel momento no tenía ni siquiera calles pavimentadas.

El nombre fue tomado del sitio más alto de la carretera vieja de San Felipe a Nirgua, de donde se contemplan a plenitud los arrobadores valles de Yaracuy. Los periodistas le pusieron ese nombre al pacto, que se firmó en mi casa por yo estar quebrantado”. Suscribieron el acuerdo por Unión Republicana Democrática: Jóvito Villalba, Manuel López Rivas, e Ignacio Luis Arcaya; por Copei: Rafael Caldera, Lorenzo Fernández y Pedro del Corral; y por Acción Democrática: Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Gonzalo Barrios.

Fue una declaración general de cinco puntos para la consolidación del sistema democrático durante el siguiente quinquenio que incluía defensa de la constitucionalidad y derecho a gobernar conforme al resultado electoral; gobierno de Unidad Nacional, es decir considerar equitativamente a los partidos firmantes y otros elementos de la sociedad en la formación del gabinete ejecutivo del partido ganador; y un programa de gobierno mínimo común. 

Días antes de la caída de Pérez Jiménez en New York Betancourt, Villalba y Caldera coincidieron en un esquema unitario para la transición. Previo a las elecciones presidenciales de diciembre de 1958 los tres candidatos: Betancourt (AD), Caldera (COPEI) y Wolfgang Larrazábal (URD), ratificaron los enunciados del acuerdo.

El principal obstáculo para la sobrevivencia del convenio seria la conducta de URD. La vieja disputa histórica por el liderazgo de la democracia entre Betancourt y Villalba no se había disipado totalmente. Pero concurrían dos factores adicionales: un grupo de ex militantes comunistas que había ingresado al partido durante la clandestinidad encabezados por Luis Miquilena, comenzaba a tener una gravitación decisiva en la maquinaria partidista. Miquilena no sólo expresaba una rabiosa posición antiadeca, desde mucho antes del 18 de octubre de 1945, sino que estimulaba una línea de oposición frontal.
 
La Revolución Cubana provocaba un impacto directo en la izquierda urredista, liderada por Fabricio Ojeda, ex presidente de la Junta Patriótica, José Herrera Oropeza, José Vicente Rangel, el propio Miquilena, y un grupo universitario encabezado por Víctor José Ochoa. Ignacio Luis Arcaya, recién designado ministro de Relaciones Exteriores, (los otros urredistas del Gabinete eran Manuel López Rivas en Comunicaciones y Luis Hernández Solís en Trabajo) mantenía estrechos vínculos con Miquilena y Rangel. URD de alguna manera era gobierno y oposición a la vez. Al mismo tiempo la radicalización del proceso político con el nacimiento del MIR en 1960 y las movilizaciones de masas comprometían la tendencia izquierdista del partido. Ojeda se convirtió en representante personal de Fidel Castro en Venezuela y José Vicente Rangel, como director del diario “La Razón”, escribía despiadados ataques contra el gobierno.

El 25 de agosto de 1960 se realizó en San José de Costa Rica la Séptima Reunión de Cancilleres de la OEA para considerar el rumbo del proceso cubano. Arcaya mantuvo una línea comprensiva frente al hecho y denunció más bien la actitud hostil de los Estados Unidos. Después de varios discursos y propuestas conciliatorias el 27 debió firmarse una declaración condenatoria del régimen castrista. Arcaya, recibió instrucciones telefónicas de Miquilena para que no firmara la resolución, lo cual implicaba una insubordinación con la línea oficial. El embajador en Washington Marcos Falcón Briceño asumió el ministerio de Relaciones Exteriores.
 
La decisión de Arcaya produjo una conmoción en el país y su nombre fue asumido como símbolo por la izquierda y bautizado como el “Canciller de la dignidad nacional”. URD no se salió oficialmente del gobierno pero las relaciones entre ambas partes se hicieron inviables. El sector de izquierda presionaba para que se produjera el rompimiento definitivo. Villalba pidió permiso para ausentarse por varios días a Trinidad. A su regreso, en una alocución televisiva, dejó en manos de Betancourt la salvación del pacto y solicitó una reestructuración del Gabinete. Era un gesto simplemente formal. El Pacto de Puntofijo se había roto en menos de dos años de su concreción.

COPEI persistió en la alianza que comenzó a llamarse “la guanábana” y que pudo enfrentar las asechanzas golpistas de la derecha y de la izquierda militar refugiada en la Marina. Ambos partidos junto con un apoyo estrecho de empresarios y del movimiento sindical superaron una etapa de innumerables escollos. A la victoria de Raúl Leoni, en 1964, se ensayó un nuevo acuerdo tripartito entre Acción Democrática, URD (ya no estaba el grupo de izquierda) y el FND, la alianza que había apoyado a Uslar Pietri en las elecciones de 1963. El acuerdo persistió por varios meses mientras se neutralizaba el riesgo golpista y se profundizaban las políticas sociales impulsadas desde 1959.
 
Desde entonces, todos los Presidentes gobernaron con sus partidarios al margen de pactos o acuerdos burocráticos pero en la línea de profundizar el sistema democrático. El “puntofijiismo” duró menos tiempo que lo que la ignorancia o la tendencia a falsificar la histórica suelen atribuirle por estos días.

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