EL
DIÁLOGO ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
El diálogo Gobierno-MUD corre el riesgo
de un temprano naufragio. La tercera reunión convocada para el 6 de diciembre
no pudo realizarse según lo convenido. La representación opositora prefirió un
encuentro privado con el enviado del Vaticano Monseñor Claudio María Celli,
Ernesto Samper- secretario general de UNASUR- y los expresidentes José Luis Rodríguez
Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos, mientras los negociadores
oficialistas hicieron lo propio solo con los facilitadores. Sin embargo, el
representante papal anunció “avances positivos” en los trabajos de las
comisiones técnicas y una nueva reunión entre los actores el 13 de enero del
2017. Horas después, el vocero de la MUD Jesús “Chuo” Torrealba explicó que sólo
asistirían al encuentro el próximo año si previamente se producían resultados
concretos en relación a la libertad de los presos políticos y las medidas de
urgencia para enfrentar la escasez de alimentos y medicinas.
El portavoz del oficialismo Jorge
Rodríguez, afirmó en cambio, que siguen atentos al diálogo y firmes en la
intención de negociar las bases de un acuerdo pero que en el ámbito opositor se
registraban divergencias que se traducían en un doble discurso a la hora de
abordar los principales temas. Ernesto Samper -si bien se mostró optimista por
el curso y el resultado de las gestiones- hizo una recomendación que luce
oportuna y pertinente: “Decretar el cese al fuego mediático”. Y es que
ciertamente, el curso de las conversaciones ha estado afectado en términos de
opinión por declaraciones y expresiones incómodas e inoportunas principalmente
del sector oficialista. En el caso de la oposición se sabe que un calificado
sector de ella guardó reservas sobre la instrumentación de los encuentros desde
un comienzo. Dos días después, el presidente de la Asamblea Nacional, Henry
Ramos Allup, fue categórico al indicar que “el diálogo está absolutamente
muerto” y que la oposición pagó “un altísimo costo político” por su participación
en las conversaciones. Para atenuar los efectos de las discrepancias públicas,
fuentes cercanas a los facilitadores internacionales advirtieron que antes de
la reunión de enero se esperan conclusiones consistentes en los trabajos que
seguirán en los siguientes días en el seno de las comisiones técnicas,
encargadas de instrumentar los temas aprobados.
“JUGAR PARA LAS GRADAS”
¿Tales hechos conducen a considerar el
fracaso o la inviabilidad del esfuerzo negociador que busca un mínimo
entendimiento para abordar la polarización política y la crisis económica que
vive el país? Dos consideraciones resultan clave: en primer término, no existía
verdadera voluntad política en ambos factores para avanzar en un camino que se
sabía “largo, duro y difícil” como lo advirtió el exmandatario español
Rodríguez Zapatero, y más que la intención de responder en serio a la necesidad
de un acuerdo nacional (no sólo limitado a las exigencias tácticas de los
partidos) la decisión respondió a la creciente presión de la ciudadanía por
establecer un escenario de conversaciones. De haber existido plena conciencia
de la tarea que se emprendía no tendría porque extrañar entonces el surgimiento
de divergencias, choques, marchas y contramarchas propias de procesos de este
tipo. En segundo lugar, sin duda ha tenido que ver la puesta en escena del
encuentro. No es por casualidad que todos los intentos de esta naturaleza en su
mayoría en escenarios mucho más complicados por graves enfrentamientos armados,
se realizan con la discreción y la cautela que exige el tratamiento de asuntos que
obligan a concesiones y renuncias mutuas de los negociadores, que no son
fácilmente comprensibles por militancias y partidarios sensibilizados por la
polarización. Ello explica por qué estos encuentros suelen realizarse en
escenarios alejados del centro de los conflictos y sus avances y no sus
retrocesos, solo sean anunciados- con el lenguaje propio de la diplomacia- por delegados
autorizados y en el momento que se considere oportuno. De otra manera, y en
ello se ha incurrido en este caso, se trataría simplemente de una versión de
los famosos “reality show” de la televisión o con la tendencia, como suele
decirse en el béisbol, “de jugar para las gradas”.
En todo caso, más allá de lo que finalmente
ocurra (y es común que en ello se produzcan rupturas momentáneas o
discrepancias que parezcan insalvables) lo fundamental es que se haya tomado la
decisión de sentarse a conversar lo cual demuestra comprensión de la naturaleza
y gravedad de la situación. De esta manera, se hace posible que las gestiones
sean retomadas cuando se considere oportuno y más en este caso, donde no solo priva
el interés nacional sino también la preocupación de las instancias
internacionales. La presencia de un representante personal del Papa Francisco y
UNASUR de manera directa, con el apoyo de la OEA, la ONU, la UE y una reciente
exhortación de nueve países latinoamericanos que exigen seguir con el proceso,
suponen de alguna manera, un mayor compromiso para las partes que solicitaron
en su momento la presencia de estos factores extranjeros.
¿PAÍS POLÍTICO Y PÁIS NACIONAL?
¿Qué escenario enfrentaría el país si
el esfuerzo negociador fracasa? ¿Si oposición
y gobierno no son capaces de abordar una crisis que afecta directamente a la
población y no exclusivamente a las elites partidistas qué puede esperase en
términos de futuro? Es obvio, que sin respuestas comunes que impliquen compromisos
mutuos de ambos actores las dimensiones de la crisis se hará cada vez más
severa, abriendo espacio para un cuadro de impredecibles consecuencias y
facilitando el histórico distanciamiento entre los llamados “país político” y
“país nacional” como en la pertinaz advertencia de Jorge Eliécer Gaitán, y que
dio paso a la violencia que sacudió por varias décadas y que todavía afecta dramáticamente
a la sociedad colombiana. Es cierto que en el caso venezolano no se trata de un
cuadro de enfrentamiento armado sino de una severa polarización política asimilable
más bien a la que vivió el país durante el trienio (1945-1946) y que Betancourt
definió como “una guerra civil sin fusiles”. No obstante, habría que considerar
cuál fue el desenlace y cuáles fueron las consecuencias de aquella etapa cuando
menos durante diez años.
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