lunes, 12 de diciembre de 2016

Análisis


EL DIÁLOGO ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE



El diálogo Gobierno-MUD corre el riesgo de un temprano naufragio. La tercera reunión convocada para el 6 de diciembre no pudo realizarse según lo convenido. La representación opositora prefirió un encuentro privado con el enviado del Vaticano Monseñor Claudio María Celli, Ernesto Samper- secretario general de UNASUR- y los expresidentes José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos, mientras los negociadores oficialistas hicieron lo propio solo con los facilitadores. Sin embargo, el representante papal anunció “avances positivos” en los trabajos de las comisiones técnicas y una nueva reunión entre los actores el 13 de enero del 2017. Horas después, el vocero de la MUD Jesús “Chuo” Torrealba explicó que sólo asistirían al encuentro el próximo año si previamente se producían resultados concretos en relación a la libertad de los presos políticos y las medidas de urgencia para enfrentar la escasez de alimentos y medicinas.

El portavoz del oficialismo Jorge Rodríguez, afirmó en cambio, que siguen atentos al diálogo y firmes en la intención de negociar las bases de un acuerdo pero que en el ámbito opositor se registraban divergencias que se traducían en un doble discurso a la hora de abordar los principales temas. Ernesto Samper -si bien se mostró optimista por el curso y el resultado de las gestiones- hizo una recomendación que luce oportuna y pertinente: “Decretar el cese al fuego mediático”. Y es que ciertamente, el curso de las conversaciones ha estado afectado en términos de opinión por declaraciones y expresiones incómodas e inoportunas principalmente del sector oficialista. En el caso de la oposición se sabe que un calificado sector de ella guardó reservas sobre la instrumentación de los encuentros desde un comienzo. Dos días después, el presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, fue categórico al indicar que “el diálogo está absolutamente muerto” y que la oposición pagó “un altísimo costo político” por su participación en las conversaciones. Para atenuar los efectos de las discrepancias públicas, fuentes cercanas a los facilitadores internacionales advirtieron que antes de la reunión de enero se esperan conclusiones consistentes en los trabajos que seguirán en los siguientes días en el seno de las comisiones técnicas, encargadas de instrumentar los temas aprobados.

“JUGAR PARA LAS GRADAS”

¿Tales hechos conducen a considerar el fracaso o la inviabilidad del esfuerzo negociador que busca un mínimo entendimiento para abordar la polarización política y la crisis económica que vive el país? Dos consideraciones resultan clave: en primer término, no existía verdadera voluntad política en ambos factores para avanzar en un camino que se sabía “largo, duro y difícil” como lo advirtió el exmandatario español Rodríguez Zapatero, y más que la intención de responder en serio a la necesidad de un acuerdo nacional (no sólo limitado a las exigencias tácticas de los partidos) la decisión respondió a la creciente presión de la ciudadanía por establecer un escenario de conversaciones. De haber existido plena conciencia de la tarea que se emprendía no tendría porque extrañar entonces el surgimiento de divergencias, choques, marchas y contramarchas propias de procesos de este tipo. En segundo lugar, sin duda ha tenido que ver la puesta en escena del encuentro. No es por casualidad que todos los intentos de esta naturaleza en su mayoría en escenarios mucho más complicados por graves enfrentamientos armados, se realizan con la discreción y la cautela que exige el tratamiento de asuntos que obligan a concesiones y renuncias mutuas de los negociadores, que no son fácilmente comprensibles por militancias y partidarios sensibilizados por la polarización. Ello explica por qué estos encuentros suelen realizarse en escenarios alejados del centro de los conflictos y sus avances y no sus retrocesos, solo sean anunciados- con el lenguaje propio de la diplomacia- por delegados autorizados y en el momento que se considere oportuno. De otra manera, y en ello se ha incurrido en este caso, se trataría simplemente de una versión de los famosos “reality show” de la televisión o con la tendencia, como suele decirse en el béisbol, “de jugar para las gradas”.

En todo caso, más allá de lo que finalmente ocurra (y es común que en ello se produzcan rupturas momentáneas o discrepancias que parezcan insalvables) lo fundamental es que se haya tomado la decisión de sentarse a conversar lo cual demuestra comprensión de la naturaleza y gravedad de la situación. De esta manera, se hace posible que las gestiones sean retomadas cuando se considere oportuno y más en este caso, donde no solo priva el interés nacional sino también la preocupación de las instancias internacionales. La presencia de un representante personal del Papa Francisco y UNASUR de manera directa, con el apoyo de la OEA, la ONU, la UE y una reciente exhortación de nueve países latinoamericanos que exigen seguir con el proceso, suponen de alguna manera, un mayor compromiso para las partes que solicitaron en su momento la presencia de estos factores extranjeros.

¿PAÍS POLÍTICO Y PÁIS NACIONAL?

¿Qué escenario enfrentaría el país si el esfuerzo negociador fracasa? ¿Si  oposición y gobierno no son capaces de abordar una crisis que afecta directamente a la población y no exclusivamente a las elites partidistas qué puede esperase en términos de futuro? Es obvio, que sin respuestas comunes que impliquen compromisos mutuos de ambos actores las dimensiones de la crisis se hará cada vez más severa, abriendo espacio para un cuadro de impredecibles consecuencias y facilitando el histórico distanciamiento entre los llamados “país político” y “país nacional” como en la pertinaz advertencia de Jorge Eliécer Gaitán, y que dio paso a la violencia que sacudió por varias décadas y que todavía afecta dramáticamente a la sociedad colombiana. Es cierto que en el caso venezolano no se trata de un cuadro de enfrentamiento armado sino de una severa polarización política asimilable más bien a la que vivió el país durante el trienio (1945-1946) y que Betancourt definió como “una guerra civil sin fusiles”. No obstante, habría que considerar cuál fue el desenlace y cuáles fueron las consecuencias de aquella etapa cuando menos durante diez años.



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