AQUEL 23 DE ENERO
El 31 de diciembre de 1957
pocos venezolanos suponían que en cosa de horas habrían de ocurrir
acontecimientos históricos trascendentales. Esa noche en Miraflores, como era
habitual, se realizaba la recepción de
fin de año y como costumbre también se chocaban las copas de champán. La élite
económica y social de la ciudad tenía en este caso muchas otras razones para el
optimismo.
1958 se
presagiaba como un ambiente propicio para continuar grandes obras públicas y
Pérez Jiménez se enorgullecía de contar entonces con la “botija llena”. Si bien
en la calle los días anteriores registraban un clima de tensión popular; se prolongó una huelga universitaria desde el mes de noviembre
y los recientes resultados tramposos de una consulta electoral plebiscitaria que
prolongaba el mandato del dictador, anunciaban el optimismo, el venezolano
fijaba su atención en los grandes cambios que transformaba a Caracas en la urbe
más dinámica y moderna del continente y que ofrecían además posibilidades de
trabajo a cientos de miles de campesinos que provenientes de la provincia
apostaban a mejores condiciones de vida .
La tradicional resaca del viejo año fue
alterada en la madrugada del primero de enero cuando a las 7:00 am un avión
cazavampiro pilotado por el mayor Edgar
Suárez Mier y Terán atravesó las modernas torres del centro Simón Bolívar de
Caracas, despertando la ciudad y anunciando el comienzo de una rebelión aérea. No era un hecho aislado. Ya Maracay estaba en
poder de los jóvenes insurrectos y se esperaba sólo la reacción inmediata de un
grupo de oficiales comprometidos en el Cuartel Urdaneta de la capital que
habría de producirse horas después. La operación seria dirigida por el
comandante Hugo Trejo, quien tenía la misión de ocupar el Palacio de
Miraflores.
¿Qué había ocurrido entonces para que en una
noche de tradicional festividad se precipitaran hechos históricos inesperados?
Más allá de los episodios y las anécdotas era evidente que el régimen de Marcos
Pérez Jiménez, pese a contar con inmensos recursos financieros y la
benevolencia de una población que admiraba una milagrosa transformación
urbanística de la capital, que era admirada además incluso en el mundo entero y
que rellenaba páginas de importantes reportajes de publicaciones
internacionales, estaba llegando a su final.
De esta manera, se cumplía un ciclo histórico.
El Perezjimenismo había insurgido el 24 de noviembre de 1948 contra el gobierno
constitucional democráticamente elegido por la mayoría de los venezolanos y que
presidio el notable novelista e intelectual Rómulo Gallegos. No era un simple cambio de gobierno ni tampoco
se repetían los concebidos Golpes de Estado que apuntalaban su estabilidad en
el uso de las armas. Ese día, mientras los militares triunfantes celebraban la
victoria, sectores democráticos, educados en la lucha política, con experiencia
en las penurias de las cárceles y la persecución habrían de iniciar una lucha
que culminaría solo diez años después.
Los procesos históricos suelen medirse no solamente
por simples episodios, por conspiraciones fracasadas, por la emergencia de
líderes carismáticos, y discursos esperanzadores. El tramo que generalmente marcan
la historia resultan mucho más complejos
y suponen definiciones caracterizadas por el largo tiempo.
Esa fue la característica de la lucha de un
decenio contra la dictadura de Pérez Jiménez. Hubo grupos políticos que
apostaron a la reacción golpista inmediata como el caso de Acción Democrática
que a comienzo de los años cincuenta y que además tenía razones para ellos por
cuanto entre sus activos se encontraban
oficiales que habían sido leales y
consecuentes con los propósitos de la insurgencia del 18 de febrero de 1945,
que definió el deslinde entre el civilismo democrático y la dictadura militarista
entonces triunfante.
Figuras fundamentales como Rómulo Betancourt
apostaron a la dirección correcta desde el exilio cubano y costarricense e
incluso concibieron la tradicional invasión armada que años después consagró la
victoria de Fidel Castro con la incursión del Granma en las costas cubanas.
Figuras históricas como Jóvito Villalba y
Rafael Caldera en cambio confiaron en la acumulación de fuerzas democráticas y
en las contradicciones inevitables que nacen en regímenes de naturaleza
totalitaria. Era cosa de tiempo pero también los años habrían de demostrar que resultaba la estrategia era correcta y ello explicó finalmente la derrota de Pérez
Jiménez el 30 de octubre de 1952 que definió el camino definitivo de la
dictadura y posteriormente el resultado del 15 de diciembre de 1957 cuando el
dictador Pérez Jiménez, pese a las grandiosas celebraciones del Palacio de
Miraflores, entendió que no contaba con el apoyo del pueblo y que los días de
su mandato habrían de enfrentar circunstancias y contratiempos que no eran
comunes en la visión lineal y vertical de los gobernantes militares.
En ese largo proceso cabe destacar un
esclarecedor articulo del entonces exiliado en Munich, Luis Herrera Campins,
joven dirigente copeyano, que en 1957 escribió un esclarecedor texto con el
título “Frente a 1958”, un material de difusión política electoral venezolana que
predijo el rumbo que en poco tiempo habría de conducir al colapso de la
dictadura.
Las consideraciones de Herrera Campins quien
luego fue Presidente de la República constituyen, vistas en el tiempo, una
página magistral de la interpretación política, muchas de las cuales marcaron
los hechos que condujeron a los pocos meses a los acontecimientos,
conspiraciones, protestas estudiantiles, alianzas entre los partidos políticos,
divisiones en el seno de la joven oficialidad, incluso de la estructura militar
que había sido leal al dictador durante varios años, a un crisis que mas allá
de las riquezas presupuestarias, de la propaganda y el despliegue publicitario
convencieron al país que los cambios finalmente responden a razones
fundamentalmente históricas.
Años después valdría la pena recordar una de
las frases que entonces escribió Herrera Campins y que ahora más que nunca
tiene una conmovedora vigencia en los tiempos que corren: “Al tiempo sólo le
temen los inconstantes, los apresurados y los cobardes ante la vida”.
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