domingo, 22 de enero de 2017

Analisis EL UNIVERSAL

AQUEL 23 DE ENERO


El 31 de diciembre de 1957 pocos venezolanos suponían que en cosa de horas habrían de ocurrir acontecimientos históricos trascendentales. Esa noche en Miraflores, como era habitual, se realizaba  la recepción de fin de año y como costumbre también se chocaban las copas de champán. La élite económica y social de la ciudad tenía en este caso muchas otras razones para el optimismo.

1958  se presagiaba como un ambiente propicio para continuar grandes obras públicas y Pérez Jiménez se enorgullecía de contar entonces con la “botija llena”. Si bien en la calle los días anteriores registraban un clima de tensión popular;  se  prolongó  una huelga universitaria desde el mes de noviembre y los recientes resultados tramposos de una consulta electoral plebiscitaria que prolongaba el mandato del dictador, anunciaban el optimismo, el venezolano fijaba su atención en los grandes cambios que transformaba a Caracas en la urbe más dinámica y moderna del continente y que ofrecían además posibilidades de trabajo a cientos de miles de campesinos que provenientes de la provincia apostaban a mejores condiciones de vida .

La tradicional resaca del viejo año fue alterada en la madrugada del primero de enero cuando a las 7:00 am un avión cazavampiro pilotado  por el mayor Edgar Suárez Mier y Terán atravesó las modernas torres del centro Simón Bolívar de Caracas, despertando la ciudad y anunciando el comienzo de una rebelión aérea. No era un hecho aislado. Ya Maracay estaba en poder de los jóvenes insurrectos y se esperaba sólo la reacción inmediata de un grupo de oficiales comprometidos en el Cuartel Urdaneta de la capital que habría de producirse horas después. La operación seria dirigida por el comandante Hugo Trejo, quien tenía la misión de ocupar el Palacio de Miraflores.

¿Qué había ocurrido entonces para que en una noche de tradicional festividad se precipitaran hechos históricos inesperados? Más allá de los episodios y las anécdotas era evidente que el régimen de Marcos Pérez Jiménez, pese a contar con inmensos recursos financieros y la benevolencia de una población que admiraba una milagrosa transformación urbanística de la capital, que era admirada además incluso en el mundo entero y que rellenaba páginas de importantes reportajes de publicaciones internacionales, estaba llegando a su final.

De esta manera, se cumplía un ciclo histórico. El Perezjimenismo había insurgido el 24 de noviembre de 1948 contra el gobierno constitucional democráticamente elegido por la mayoría de los venezolanos y que presidio el notable novelista e intelectual Rómulo Gallegos. No era un simple cambio de gobierno ni tampoco se repetían los concebidos Golpes de Estado que apuntalaban su estabilidad en el uso de las armas. Ese día, mientras los militares triunfantes celebraban la victoria, sectores democráticos, educados en la lucha política, con experiencia en las penurias de las cárceles y la persecución habrían de iniciar una lucha que culminaría solo diez años después.

Los procesos históricos suelen medirse no solamente por simples episodios, por conspiraciones fracasadas, por la emergencia de líderes carismáticos, y discursos esperanzadores. El tramo que generalmente marcan la historia  resultan mucho  más complejos  y suponen definiciones caracterizadas por el largo tiempo.

Esa fue la característica de la lucha de un decenio contra la dictadura de Pérez Jiménez. Hubo grupos políticos que apostaron a la reacción golpista inmediata como el caso de Acción Democrática que a comienzo de los años cincuenta y que además tenía razones para ellos por cuanto  entre sus activos se encontraban oficiales  que habían sido leales y consecuentes con los propósitos de la insurgencia del 18 de febrero de 1945, que definió el deslinde entre el civilismo democrático y la dictadura militarista entonces triunfante.

Figuras fundamentales como Rómulo Betancourt apostaron a la dirección correcta desde el exilio cubano y costarricense e incluso concibieron la tradicional invasión armada que años después consagró la victoria de Fidel Castro con la incursión del Granma en las costas cubanas.

Figuras históricas como Jóvito Villalba y Rafael Caldera en cambio confiaron en la acumulación de fuerzas democráticas y en las contradicciones inevitables que nacen en regímenes de naturaleza totalitaria. Era cosa de tiempo pero también los años habrían de demostrar  que resultaba la estrategia era correcta  y ello explicó finalmente la derrota de Pérez Jiménez el 30 de octubre de 1952 que definió el camino definitivo de la dictadura y posteriormente el resultado del 15 de diciembre de 1957 cuando el dictador Pérez Jiménez, pese a las grandiosas celebraciones del Palacio de Miraflores, entendió que no contaba con el apoyo del pueblo y que los días de su mandato habrían de enfrentar circunstancias y contratiempos que no eran comunes en la visión lineal y vertical de los gobernantes militares.

En ese largo proceso cabe destacar un esclarecedor articulo del entonces exiliado en Munich, Luis Herrera Campins, joven dirigente copeyano, que en 1957 escribió un esclarecedor texto con el título “Frente a 1958”, un material de difusión política electoral venezolana que predijo el rumbo que en poco tiempo habría de conducir al colapso de la dictadura.

Las consideraciones de Herrera Campins quien luego fue Presidente de la República constituyen, vistas en el tiempo, una página magistral de la interpretación política, muchas de las cuales marcaron los hechos que condujeron a los pocos meses a los acontecimientos, conspiraciones, protestas estudiantiles, alianzas entre los partidos políticos, divisiones en el seno de la joven oficialidad, incluso de la estructura militar que había sido leal al dictador durante varios años, a un crisis que mas allá de las riquezas presupuestarias, de la propaganda y el despliegue publicitario convencieron al país que los cambios finalmente responden a razones fundamentalmente históricas.

Años después valdría la pena recordar una de las frases que entonces escribió Herrera Campins y que ahora más que nunca tiene una conmovedora vigencia en los tiempos que corren: “Al tiempo sólo le temen los inconstantes, los apresurados y los cobardes ante la vida”.


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