Sin el
diálogo: ¿Ahora qué?
Diálogo y guerra son términos históricamente
excluyentes. Incluso, en las confrontaciones más cruentas y costosas se dan
espacios que son utilizados para viabilizar incluso su curso entre los actores.
No se requiere de mayor intuición política, (incluso en las etapas más difíciles
e irreversibles de la humanidad” se recuerda que terminan conduciendo a
coincidencias y acuerdos que, pueden ser duraderos o frágiles, pero que en todo
caso son útiles para que las partes contendientes ganen tiempo. El 30 de
octubre de 2016 en el país se abrió la posibilidad de unas conversaciones para
abordar temas políticos urgentes e importantes, pero que en ningún caso adoptaban
las devastadoras consecuencias de las guerras modernas.
Sectores de la
oposición representada por la MUD y del Gobierno, luego de varios esfuerzos
lograron que factores internacionales como el Vaticano, Parlasur, la ONU, la
OEA y gobernantes de diversos continentes apostaran a un mínimo entendimiento
que permitiera restablecer la gobernabilidad en el país. No se trataba en
ningún caso de poner término a explosiones sísmicas como la guerra de Vietnam
en los años 70, o los conflictos que hoy se viven en otras regiones.
Ciertamente, no
existían entonces muchas esperanzas en concretar compromisos inmediatos si se
tomaba en cuenta la naturaleza de la agenda que habría de presidir las
conversaciones. El tema de la convocatoria privilegiaba el referéndum
revocatorio presidencial, el tratamiento justo a los presos políticos, y la garantía de
respeto a normas constitucionales que han venido siendo deteriorados en el
país. Pero abordarlos exitosamente, tampoco requería de una gestión propia de
los conflictos de mayor magnitud, que hoy suelen desatar la preocupación del planeta.
En otro momento y
en otras circunstancias una mediana sensatez, la experiencia política (que
Venezuela acumula desde hace varios años) y la madurez propia de los actores
políticos permitirían lograr acuerdos
para reconducir el juego democrático según las reglas establecidas en el texto
constitucional. ¿No fue acaso la lucha
contra Pérez Jiménez una tarea que exigió mayores sacrificios? Los años de la
lucha armada en la década de los 60 y 70 no podía asociarse entonces a las salvajes
luchas guerrilleras que se vivían en otras zonas del continente como
Centroamérica y el Cono Sur.
Todas esas
circunstancias, (sin mencionar el viejo y todavía vigente conflicto colombiano)
ofrecían esperanzas para lograr espacios mínimos lo cual no suponía la solución
final de la confrontación, ni tampoco la solución de los problemas sobre la
mesa. La negociación venezolana no podía compararse con las graves situaciones
que hoy se presentan en diversas esferas del mundo y por esa razón la
iniciativa fue saludada positivamente por diversos organismos, entre ellos la
privilegiada y valiosa gestión del Papa Francisco y otras instancias internacionales.
Hace un par de días hasta el propio secretario general de la Organización de
los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, con una conocida actitud crítica
frente al gobierno de Chávez, exaltaba la conveniencia del diálogo y juzgaba que éste debería ser de alto nivel.
Pero el tema ya rebasaba
incluso las meras consideraciones políticas. Se sabe que los diálogos como el
que se intentó en Venezuela, no conducen necesariamente a las salidas ni a las
soluciones propuestas por los interlocutores sino que se instalan y consolidan
como escenarios permanentes para enfrentar momentos difíciles y que existe
incluso el riesgo de que ellos puedan desaparecer y reaparecer según las
circunstancias.
La semana pasada
los representantes de Parlasur, los expresidentes Rodríguez Zapatero, Ernesto
Samper y Martin Torrijos junto con el enviado del Papa alertaron sobre la
posibilidad el ritmo de las conversaciones en un plano mucho más concreto y
menos contaminado por las tensiones desatadas del pasado con la contundente
victoria opositora en el seno de la Asamblea Nacional. Curiosamente cuando
todo suponía un curso distinto, una declaración aprobada por la MUD y dada a
conocer la opinión pública y a los
mediadores, señaló de manera categórica que el experimento del “dialogo” que se
desarrolló en Venezuela del 30 de octubre al 6 de diciembre de 2016 era un
capítulo cerrado que no se volverá a repetir. Una declaración cuando menos
desconcertante por cuanto al resto de los participantes, incluido el nuncio
apostólico en Venezuela, Monseñor Aldo Giordano, habían convenido la necesidad
de retomar unas conversaciones que se suponían ciertamente difíciles pero no
insuperables, tal como lo han demostrados todas las gestiones similares
realizadas en el mundo entero.
Es este caso es comprensible
que la representación opositora de la MUD considere que el diálogo entró en una
etapa de agotamiento y que no existen condiciones inmediatas para que sea exitosamente
retomado, incluso que sea reformulado sus metas y sus objetivos, pero la
decisión de cancelarlo de manera automática como se acaba de anunciar es cuando
menos una ligereza.
Es más
desconcertante aun la decisión cuando todo indica que el país se avecina a situaciones
que quiérase o no impondrán la necesidad de los acuerdos y nuevas
conversaciones,. Hay que recordar que el simple hecho de haber formalizado un
escenario de conversaciones, ya es una conquista incuestionable que puede ser
usada de diversas maneras. De ello no existir por lo contrario significaría dar
“luz verde” a confrontaciones venideras que serán mucho más grandes y severas
que los actuales escarceos políticos, aunque ellos no carezcan de importancias;
pero se darían en un escenario mucho más
preocupante y en el que y asoma el fantasma de “la violencia”, que en el caso
venezolano no es una simple amenaza que “asusta”, sino de un hecho real y
cierto que está condicionando la vida de los ciudadanos y que desgraciadamente
incluso parece superar las capacidades del propio Estado y sus instituciones.
Suele recordarse
una anécdota del negociador vietnamita, Nguyen Giáp, cuando en conversaciones
con el Jefe de Estado Henry Kissinger, en París antes de negociar el término de
la guerra le advirtió: “Recuerde que no existen Tratados de Paz sino simples
contabilidad de cadáveres”.
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