domingo, 29 de enero de 2017

Analisis El Universal


Sin el diálogo: ¿Ahora qué?

Diálogo  y guerra son términos históricamente excluyentes. Incluso, en las confrontaciones más cruentas y costosas se dan espacios que son utilizados para viabilizar incluso su curso entre los actores. No se requiere de mayor intuición política, (incluso en las etapas más difíciles e irreversibles de la humanidad” se recuerda que terminan conduciendo a coincidencias y acuerdos que, pueden ser duraderos o frágiles, pero que en todo caso son útiles para que las partes contendientes ganen tiempo. El 30 de octubre de 2016 en el país se abrió la posibilidad de unas conversaciones para abordar temas políticos urgentes e importantes, pero que en ningún caso adoptaban las devastadoras consecuencias de las guerras modernas.

Sectores de la oposición representada por la MUD y del Gobierno, luego de varios esfuerzos lograron que factores internacionales como el Vaticano, Parlasur, la ONU, la OEA y gobernantes de diversos continentes apostaran a un mínimo entendimiento que permitiera restablecer la gobernabilidad en el país. No se trataba en ningún caso de poner término a explosiones sísmicas como la guerra de Vietnam en los años 70, o los conflictos que hoy se viven en otras regiones. 

Ciertamente, no existían entonces muchas esperanzas en concretar compromisos inmediatos si se tomaba en cuenta la naturaleza de la agenda que habría de presidir las conversaciones. El tema de la convocatoria privilegiaba el referéndum revocatorio presidencial, el tratamiento  justo a los presos políticos, y la garantía de respeto a normas constitucionales que han venido siendo deteriorados en el país. Pero abordarlos exitosamente, tampoco requería de una gestión propia de los conflictos de mayor magnitud, que hoy suelen desatar la preocupación  del planeta.

En otro momento y en otras circunstancias una mediana sensatez, la experiencia política (que Venezuela acumula desde hace varios años) y la madurez propia de los actores políticos permitirían lograr acuerdos para reconducir el juego democrático según las reglas establecidas en el texto constitucional.  ¿No fue acaso la lucha contra Pérez Jiménez una tarea que exigió mayores sacrificios? Los años de la lucha armada en la década de los 60 y 70 no podía asociarse entonces a las salvajes luchas guerrilleras que se vivían en otras zonas del continente como Centroamérica y el Cono Sur.

Todas esas circunstancias, (sin mencionar el viejo y todavía vigente conflicto colombiano) ofrecían esperanzas para lograr espacios mínimos lo cual no suponía la solución final de la confrontación, ni tampoco la solución de los problemas sobre la mesa. La negociación venezolana no podía compararse con las graves situaciones que hoy se presentan en diversas esferas del mundo y por esa razón la iniciativa fue saludada positivamente por diversos organismos, entre ellos la privilegiada y valiosa gestión del Papa Francisco y otras instancias internacionales. Hace un par de días hasta el propio secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, con una conocida actitud crítica frente al gobierno de Chávez, exaltaba la conveniencia del diálogo  y juzgaba que éste debería ser de alto nivel.

Pero el tema ya rebasaba incluso las meras consideraciones políticas. Se sabe que los diálogos como el que se intentó en Venezuela, no conducen necesariamente a las salidas ni a las soluciones propuestas por los interlocutores sino que se instalan y consolidan como escenarios permanentes para enfrentar momentos difíciles y que existe incluso el riesgo de que ellos puedan desaparecer y reaparecer según las circunstancias.

La semana pasada los representantes de Parlasur, los expresidentes Rodríguez Zapatero, Ernesto Samper y Martin Torrijos junto con el enviado del Papa alertaron sobre la posibilidad el ritmo de las conversaciones en un plano mucho más concreto y menos contaminado por las tensiones desatadas del pasado con la contundente victoria opositora en el seno de la Asamblea Nacional. Curiosamente cuando todo suponía un curso distinto, una declaración aprobada por la MUD y dada a conocer  la opinión pública y a los mediadores, señaló de manera categórica que el experimento del “dialogo” que se desarrolló en Venezuela del 30 de octubre al 6 de diciembre de 2016 era un capítulo cerrado que no se volverá a repetir. Una declaración cuando menos desconcertante por cuanto al resto de los participantes, incluido el nuncio apostólico en Venezuela, Monseñor Aldo Giordano, habían convenido la necesidad de retomar unas conversaciones que se suponían ciertamente difíciles pero no insuperables, tal como lo han demostrados todas las gestiones similares realizadas en el mundo entero.

Es este caso es comprensible que la representación opositora de la MUD considere que el diálogo entró en una etapa de agotamiento y que no existen condiciones inmediatas para que sea exitosamente retomado, incluso que sea reformulado sus metas y sus objetivos, pero la decisión de cancelarlo de manera automática como se acaba de anunciar es cuando menos una ligereza.

Es más desconcertante aun la decisión cuando todo indica que el país se avecina a situaciones que quiérase o no impondrán la necesidad de los acuerdos y nuevas conversaciones,. Hay que recordar que el simple hecho de haber formalizado un escenario de conversaciones, ya es una conquista incuestionable que puede ser usada de diversas maneras. De ello no existir por lo contrario significaría dar “luz verde” a confrontaciones venideras que serán mucho más grandes y severas que los actuales escarceos políticos, aunque ellos no carezcan de importancias; pero  se darían en un escenario mucho más preocupante y en el que y asoma el fantasma de “la violencia”, que en el caso venezolano no es una simple amenaza que “asusta”, sino de un hecho real y cierto que está condicionando la vida de los ciudadanos y que desgraciadamente incluso parece superar las capacidades del propio Estado y sus instituciones.

Suele recordarse una anécdota del negociador vietnamita, Nguyen Giáp, cuando en conversaciones con el Jefe de Estado Henry Kissinger, en París antes de negociar el término de la guerra le advirtió: “Recuerde que no existen Tratados de Paz sino simples contabilidad de cadáveres”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario