lunes, 13 de febrero de 2017

ANALISIS EL UNIVERSAL

Análisis

Los desafíos de la nueva MUD

La Mesa de la Unidad Democrática (MUD), según anuncian sus voceros, ha entrado en un proceso de reestructuración para superar insuficiencias que habrían influido en la aplicación de su política durante 2016, un año que parecía favorable para significativos avances opositores. La victoria parlamentaria del 6 de diciembre de 2015 abrió espacio para avanzar en un proceso de cambio obviamente estimulado por la mayoría de los venezolanos. Luego que el Gobierno sufriera una derrota de esas proporciones (lo que para algunos voceros críticos parecía imposible) éste se vio obligado a reconocer los resultados e incluso el propio Nicolás Maduro (lo cual también parecía imposible) acudió ante la Asamblea Nacional (AN) a presentar su informe anual. Se abrían entonces caminos para la reconfiguración de un escenario político de relativa convivencia.

Es posible que la magnitud de la victoria haya operado en sectores de la dirigencia opositora, (acostumbrada a sucesivas derrotas) como un poderoso estimulo para avanzar hacia objetivos superiores. Una reacción común en el comportamiento de los aficionados hípicos que suelen derrochar la fortuna de un “premio único” que no esperaban. Si se valoran las causas de la victoria del 5 D, además del crecimiento indudable de la fuerza opositora es evidente que buena parte de los votantes a favor de los candidatos de la MUD lo hicieron en el marco de una crisis económica excepcional que no sólo se refleja en las estadísticas sino que afecta seriamente la propia vida de los ciudadanos y que habría de transformarse en el clásico “voto castigo”, tomando en cuenta además que no estaba en juego la Presidencia de la República.

Los resultados reflejaban además el acelerado debilitamiento oficialista y la expansión opositora en un cuadro que en este caso resultaba ampliamente favorable para nuevos eventos hacia el cambio del poder. La valoración política era obvia: se abría espacio para importantes iniciativas dado que los efectos de la crisis no habrían de desaparecer a corto plazo (inflación, desabastecimiento e inseguridad) y porque además estimularían inevitables disidencias en el bloque oficialista. Se imponía entonces como paso inmediato estimular la convocatoria a las elecciones de Gobernadores ya previstas en el cronograma electoral para el 2016 y en las cuales era fácil presumir un nuevo avance opositor.

No en vano, en todas las regiones del interior se conocían ya nombres de candidatos a gobernadores y se desarrollaba en la práctica una vigorosa precampaña. En ese cuadro, la nuevas elecciones pronosticaban una victoria que habría de blindar la obtenida en la AN, profundizando el debilitamiento del oficialismo, y el fortalecimiento de la oposición  en otras aéreas básicas del Estado.

¿Podía oponerse el Gobierno a unas elecciones para las cuales ya también se preparaba y que correspondían a un cronograma que había comenzado con la consulta parlamentaria? Es posible que se pusieran en marcha algunas maniobras dilatorias para posponerlas pero no indefinidamente y menos para negarlas como algunos críticos ya habían insistido en el caso de las elecciones parlamentarias. Sin embargo en el optimismo opositor cobró fuerza la posibilidad de un paso adelante: la salida del Gobierno. Mas allá de que existan razones obvias para este planteamiento y que constituya una propuesta respetable, el tema del Referéndum Revocatorio, la Enmienda Presidencial y la Asamblea Constituyente, planteaban por otras vías la tesis de la “salida” aplicada en febrero de 2014 que fue enfrentada sangrientamente en las calles por el régimen y cuyos efectos políticos se conocen.

¿Era creíble pensar que se bloquearan las elecciones regionales ante propuestas más atractivas como la activación del revocatorio antes del fin de año lo cual suponía no sólo la salida de Maduro sino el cambio de régimen que como dicen algunos oficialistas “seria la muerte del legado de Chávez”? Contra el tiempo real y manejando varias opciones sin privilegiar la más factible de ellas era comprensible aunque no justificable, que se pusieran en marcha, tal como ocurrió mecanismos y maniobras para que el revocatorio no se efectuara antes del 2016.

Muerte del Revocatorio

Ya se sabe lo que ocurrió. Si bien el Consejo Nacional Electoral (CNE) no se negó formalmente a activar el mecanismo y se avanzó en la primera fase de recolección de firma el proceso fue propuesto por decisiones ventajistas de jueces el interior del país que alegando irregularidades menores condujeron a prorrogar la votación. Pero en honor a la verdad, la iniciativa del revocatorio está vigente y de insistir en su activación, lo cual tampoco está exento de nuevas maniobras, pudo realizarse a comienzo de año con el resultado claro y previsible de la revocatoria de Maduro, si bien el resto del periodo según la Constitución seguiría en manos del Vicepresidente de la República. La circunstancia de que el Jefe del Estado fuera rechazado por el voto popular y no destituido como en el caso de Dilma Rousseff por decisión de la “cloaca parlamentaria brasileña”, tendría en este caso un efecto político irreversible y abriría sin duda la posibilidad de cambios fundamentales como lo viene exigiendo la mayoría de los ciudadanos en las encuestas de opinión.


Ocurrió algo parecido como el boxeador que sube al rin, lógicamente con la intención de nock out pero al no lograrlo en el tiempo que esperaba abandona el combate olvidando que en el boxeo también se gana por decisión. En el 2016 no se manejó con acierto una oportunidad histórica  para cambios y forzar un dialogo realista y se generó  contrariamente en sectores del país la impresión y la convicción  de que la dirigencia opositora había perdido una excelente oportunidad, no sólo para sus fines políticos propios sino para contribuir a un acuerdo nacional que interese y beneficie a todos los venezolanos. Una razón válida para que sin establecer culpables personales, se discuta, se fijen criterios más claros y se tomen las medidas como las que ya fueron anunciadas para la reestructuración del estado mayor de la MUD que deberá afrontar nuevos y trascendentales desafíos en el futuro. 


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