ANÁLISIS:
“EL CASO VENEZUELA” Y LA
TRANSICIÓN
Los procesos de transición no se
inventan caprichosamente, sino que son el producto de inevitables
circunstancias históricas que por lo general se conciben como una manera de
reordenar la política y el Estado después de rupturas traumáticas o de cambios
convenidos entre los actores de la conflictividad política. Quiérase o no, el país
vive ahora los pasos hacia una
recomposición de las instituciones aunque el tema no haya sido asumido
explícitamente por el oficialismo ni la oposición. Cuando el presidente de la Asamblea
Nacional Henry Ramos Allup, apelando la mayoría opositora del Parlamento anunció el año pasado el término del mandato
presidencial de Nicolás Maduro en seis meses, apostaba a un tiempo de
recomposiciones y cambios en la gobernabilidad; y lo mismo puede decirse cuando la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) propuso
activar el mecanismo constitucional del revocatorio presidencial que fijaba la
necesidad no sólo de la salida del mandatario sino también de un período transicional
sobre nuevas bases.
La reciente convocatoria del Presidente
Nicolás Maduro a una nueva Asamblea
Constituyente también se inscribe en esta línea de razonamiento. Tanto las
propuestas opositoras como la reciente
iniciativa presidencial responden a la conveniencia de un replanteamiento
político de fondo, más allá del
convencional cambio de gobierno. Los planteamientos de las organizaciones
opositoras se fundamentan en lo que para ellos es la necesidad de sustituir un
modelo político, económico y social y no
sólo de la sustitución de un gobernante. Se razona que el modelo chavista que
devino posteriormente en el llamado “socialismo del siglo XXI” no sólo ha
demostrado su inviabilidad teórica, sino
que después de dieciocho años ha desembocado
en un severo fracaso de costosas consecuencias para los venezolanos.
La propuesta constituyente de Maduro,
en cambio, si bien nace como respuesta a una crisis de ingobernabilidad y polarización
social, la cual no sólo habría de requerir de un nuevo instrumento
constitucional para la rectificación y la corrección de errores y
equivocaciones, se propone además profundizar las bases de un modelo que
todavía demandaría una mayor
radicalización.
CUATRO ETAPAS
En el siglo XX Venezuela vivió
cuatro transiciones, dos de ellas pacificas y dos como derivación de fracturas
militares. A la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935, Eleazar López Contreras comenzó
un mandato particularmente complejo e impredecible porque se trataba de dar el
paso entre una dictadura rural de veinte siete años hacia formas desconocidas
de instituciones y prácticas
democráticas. El 18 de octubre de 1945 el Golpe de Estado contra Medina
Angarita fraguado por el grupo militar encabezado por Marcos Pérez Jiménez y
con el apoyo civil de Rómulo Betancourt y un grupo de dirigente de Acción Democrática, si bien nació de un acto de fuerza, su
inmediato desarrollo significó el comienzo de la vida verdaderamente democrática
del país pero desató el inevitable conflicto entre las fuerzas del pasado y del
futuro que condujo al derrocamiento de Rómulo Gallegos en 1948, el primer
presidente constitucional legítimamente electo mediante el voto universal,
directo y secreto.
Luego de 10 años de gobiernos
militares, cinco de los cuales dieron forma a la dictadura de Marcos Pérez
Jiménez, el 23 de Enero de 1958 una persistente resistencia civil rematada
finalmente por la presión de las armas, abrió paso a más de cuarenta años de ejercicio
de las instituciones democráticas
sustentadas en la expresión de la voluntad popular. La victoria de Hugo Chávez
en 1998, si bien se dio mediante el voto popular, por los planteamientos del
candidato ganador y su propuesta central de una nueva Constituyente,
significaba una ruptura incruenta y pacífica de las reglas del juego de la
democracia representativa simbolizada en la alternancia partidista de AD y
COPEI. Habría de comenzar entonces un enfrentamiento político que al cabo de
casi dos décadas ha marcado la vida venezolana, con momentos de alta tensión
(2001,2004), y el retorno a un aparente clima de normalidad institucional.
A la muerte de Hugo Chávez en el
2013, quien había sido reelecto en dos oportunidades y que ejerció un liderazgo
mediático e incuestionable con proyección internacionalidad, era evidente que
su remplazo habría de generar vacios y debilidades en el mandato de su sucesor en este caso Nicolás Maduro,
quien durante cuatro años ha requerido de astucia política para afrontar
tiempos difíciles y turbulentos. No es por azar entonces que los últimos meses,
por obra de la caída del ingreso petróleo y la negativa a una rectificación a
fondo de políticas económicas ineficientes
y propicias para la ineficiencia
y la corrupción, haya resurgido la pugnacidad política pero a diferencia a años
anteriores, ahora alimentada por condicionamientos de dimensiones mucho más graves
La polarización política actual se mezcla con una crisis económica que no
sólo se revela en el desequilibrio macroeconómico e imparables niveles de
inflación, (lo que ha ocurrido y ocurre en muchos país con respuestas conocidas
y probadas), sino con dramáticas consecuencias de desabastecimiento, escasez,
especulación y distorsiones de toda índole que complican la vida cotidiana del
venezolano; a lo cual se suma una crisis social inédita (mucho más grave que los conocidos índices
de delincuencia que se registra en los países latinoamericanos), y que conforman
factores delictivos que operan como grandes empresas con extraordinarias
ganancias y además con una preparación militar que en algunos casos supera a
los propios cuerpo policiales y organismo de seguridad.
Un diagnostico de tal gravedad,
antes el cual la dirigencias políticas parecen ajenas a su verdadera
consideración, ha conducido a un escenario de violencia que podría catalogarse como una de las modernas formas de
guerra civil. Negada hasta hora la posibilidad del dialogo y la búsqueda de aproximaciones
entre el gobierno y la oposición, las expectativas apuntan hacia un
recrudecimiento de un cuadro en el cual
el único pronóstico posible es el desbordamiento y protagonismo de aquellos
sectores que se alimentan de la confrontación y el caos. No es extraño por eso que
la comunidad internacional haya colocado en lugar privilegiado en su agenda el curioso,
peligroso e incierto “Caso Venezuela “.
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