lunes, 15 de mayo de 2017

ANÁLISIS:

“EL CASO VENEZUELA”  Y LA TRANSICIÓN

Los procesos de transición no se inventan caprichosamente, sino que son el producto de inevitables circunstancias históricas que por lo general se conciben como una manera de reordenar la política y el Estado después de rupturas traumáticas o de cambios convenidos entre los actores de la conflictividad política. Quiérase o no, el país vive ahora  los pasos hacia una recomposición de las instituciones aunque el tema no haya sido asumido explícitamente por el oficialismo ni la oposición. Cuando el presidente de la Asamblea Nacional Henry Ramos Allup, apelando la mayoría opositora del Parlamento  anunció el año pasado el término del mandato presidencial  de Nicolás Maduro  en seis meses, apostaba a un tiempo de recomposiciones y cambios en la gobernabilidad;  y lo mismo puede decirse cuando la  Mesa de la Unidad Democrática (MUD) propuso activar el mecanismo constitucional del revocatorio presidencial que fijaba la necesidad no sólo de la salida del mandatario sino también de un período transicional sobre nuevas bases.
La reciente convocatoria del Presidente  Nicolás Maduro a una nueva Asamblea Constituyente también se inscribe en esta línea de razonamiento. Tanto las propuestas opositoras  como la reciente iniciativa presidencial responden a la conveniencia de un replanteamiento político de fondo, más  allá del convencional cambio de gobierno. Los planteamientos de las organizaciones opositoras se fundamentan en lo que para ellos es la necesidad de sustituir un modelo  político, económico y social y no sólo de la sustitución de un gobernante. Se razona que el modelo chavista que devino posteriormente en el llamado “socialismo del siglo XXI” no sólo ha demostrado  su inviabilidad teórica, sino que después de  dieciocho años ha desembocado en un severo fracaso de costosas consecuencias para los venezolanos.
La propuesta constituyente de Maduro, en cambio, si bien nace como respuesta a una crisis de ingobernabilidad y polarización social, la cual no sólo habría de requerir de un nuevo instrumento constitucional para la rectificación y la corrección de errores y equivocaciones, se propone además profundizar las bases de un modelo que todavía demandaría  una mayor radicalización.

CUATRO ETAPAS

En el siglo XX Venezuela vivió cuatro transiciones, dos de ellas pacificas y dos como derivación de fracturas militares. A la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935, Eleazar López Contreras comenzó un mandato particularmente complejo e impredecible porque se trataba de dar el paso entre una dictadura rural de veinte siete años hacia formas desconocidas de instituciones  y prácticas democráticas. El 18 de octubre de 1945 el Golpe de Estado contra Medina Angarita fraguado por el grupo militar encabezado por Marcos Pérez Jiménez y con el apoyo civil de Rómulo Betancourt y un grupo de dirigente de Acción Democrática,  si bien nació de un acto de fuerza, su inmediato desarrollo significó el comienzo de la vida verdaderamente democrática del país pero desató el inevitable conflicto entre las fuerzas del pasado y del futuro que condujo al derrocamiento de Rómulo Gallegos en 1948, el primer presidente constitucional legítimamente electo mediante el voto universal, directo y secreto.
Luego de 10 años de gobiernos militares, cinco de los cuales dieron forma a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el 23 de Enero de 1958 una persistente resistencia civil rematada finalmente por la presión de las armas, abrió paso a más de cuarenta años de ejercicio  de las instituciones democráticas sustentadas en la expresión de la voluntad popular. La victoria de Hugo Chávez en 1998, si bien se dio mediante el voto popular, por los planteamientos del candidato ganador y su propuesta central de una nueva Constituyente, significaba una ruptura incruenta y pacífica de las reglas del juego de la democracia representativa simbolizada en la alternancia partidista de AD y COPEI. Habría de comenzar entonces un enfrentamiento político que al cabo de casi dos décadas ha marcado la vida venezolana, con momentos de alta tensión (2001,2004), y el retorno a un aparente  clima de normalidad institucional.
A la muerte de Hugo Chávez en el 2013, quien había sido reelecto en dos oportunidades y que ejerció un liderazgo mediático e incuestionable con proyección internacionalidad, era evidente que su remplazo habría de generar vacios y debilidades en el mandato  de su sucesor en este caso Nicolás Maduro, quien durante cuatro años ha requerido de astucia política para afrontar tiempos difíciles y turbulentos. No es por azar entonces que los últimos meses, por obra de la caída del ingreso petróleo y la negativa a una rectificación a fondo de políticas económicas ineficientes   y propicias para la ineficiencia y la corrupción, haya resurgido la pugnacidad política pero a diferencia a años anteriores, ahora alimentada por condicionamientos de dimensiones  mucho más graves
La polarización política actual  se mezcla con una crisis económica que no sólo se revela en el desequilibrio macroeconómico e imparables niveles de inflación, (lo que ha ocurrido y ocurre en muchos país con respuestas conocidas y probadas), sino con dramáticas consecuencias de desabastecimiento, escasez, especulación y distorsiones de toda índole que complican la vida cotidiana del venezolano; a lo cual se suma una crisis social  inédita (mucho más grave que los conocidos índices de delincuencia que se registra en los países latinoamericanos), y que conforman factores delictivos que operan como grandes empresas con extraordinarias ganancias y además con una preparación militar que en algunos casos supera a los propios cuerpo policiales y organismo de seguridad.

Un diagnostico de tal gravedad, antes el cual la dirigencias políticas parecen ajenas a su verdadera consideración, ha conducido a un escenario de violencia que podría  catalogarse como una de las modernas formas de guerra civil. Negada hasta hora la posibilidad del dialogo y la búsqueda de aproximaciones entre el gobierno y la oposición, las expectativas apuntan hacia un recrudecimiento de un cuadro en el  cual el único pronóstico posible es el desbordamiento y protagonismo de aquellos sectores que se alimentan de la confrontación y el caos. No es extraño por eso que la comunidad internacional haya colocado en lugar privilegiado en su agenda el curioso, peligroso e incierto “Caso Venezuela “.

No hay comentarios:

Publicar un comentario