miércoles, 31 de mayo de 2017

Anàlisis  
“EL CASO VENEZUELA“: LA NUEVA VIOLENCIA

Las protestas opositoras registradas en las últimas semanas en todo el país han derivado en numerosas muertes, centenares de heridos, detenidos y cuantiosos daños materiales. La condición pacifica de las acciones convocadas  por la oposición han resultado, sin embargo, en crecientes actos de violencia. La aplicación del “Operativo Zamora” y el Estado de Excepción parcial decretado por el gobierno han justificado la presencia en las calles cada vez de mayores contingentes de la Guardia Nacional  a los cuales se les acusa de ejercer no sólo la debida vigilancia sino de provocar una desmedida represión contra  los manifestantes. El gobierno, por su parte, acusa directamente a los dirigentes de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) de incentivar y motivar la presencia de grupos armados, responsables de algunas muertes y los numerosos saqueos de comercios e industrias ocurridos en Caracas, Valencia, Los Teques, Barinas, Táchira, Mérida e incluso en pequeñas poblaciones  del interior.

La escalada de la violencia tiende a cobrar cuerpo con la práctica del el “escrache” (nombre dado en el Cono Sur para denunciar la impunidad de militares acusados de genocidio durante las dictaduras de los años setenta) contra familiares de altos personeros oficiales radicados en el exterior; y además con repetidas agresiones físicas contra partidario del oficialismo con una enorme carga de rabia hasta entonces desconocida en la conflictividad de los últimos años. Si bien es cierto que durante los enfrentamientos de los años 2001, 2002, 2003 y 2004 especialmente durante el golpe de estado que depuso por tres días al Presidente Chávez (11 de abril del 2002) se protagonizaron escenas de agresiones y persecución contra  líderes oficialistas por grupos espontáneos de opositores, éstos  no revistieron las características de lo ocurrido en las últimas semanas.

GUERRA CIVIL DELICTIVA

Varios factores explicarían las extensión de prácticas violentas que parecieran incontrolables y que podrían conducir el país a escenarios muchos más graves y costosos. Más allá de la confrontación entre gobierno y oposición, la sociedad venezolana  está enfrentada a una forma de guerra civil de naturaleza delictiva, que si bien no tiene claras intenciones políticas sus operaciones interfieren no sólo el debate entre los partidos sino como lo comprueban las estadísticas nacionales e internacionales, en la vida misma de los ciudadanos. Una crisis social inédita (mucho más grave que los conocidos índices de delincuencia que se reportan en los países latinoamericanos), y que conforman factores delictuales que operan como grandes empresas con extraordinarias ganancias y además con una preparación militar, que en algunos casos, supera a los propios cuerpos policiales y organismos de seguridad. Es posible entonces que esta situación, que tiende a agravarse cada día más, incorpore nuevos elementos a las acciones de calle más allá del  interés de los factores políticos en pugna.
A diferencia de las jornadas de la década anterior ahora se incorpora a ellas  el uso intensivo de las redes sociales llamadas con razón “las guerrillas de la clases media “, y que fueron demasiado importantes en la llamada  “Primavera Árabe” del año 2011, con resultados en cambios de gobierno en Túnez, Libia, Egipto y que propicio el inicio de la actual  guerra que devasta a Siria. En la situación venezolana sectores de la clase media y estudiantes han protagonizado estas acciones opositoras si bien es cierto que en los últimos días es evidente una incorporación, aunque todavía modesta, de los sectores menos favorecidos de la población, lo cual se explicaría por encima de razones estrictamente políticas como una consecuencia de la crisis económica  que no sólo se revela en el desequilibrio macroeconómico y el disparo de una espiral inflacionaria sin respuesta eficaz de contención, sino por las distorsiones propias de la economía venezolana y que se traduce en desabastecimiento, mayor especulación y aguda escasez.

La emergencia del nuevo terrorismo representado por el Estado Islámico  (ISIS) ya no sólo confinado a la región del Medio Oriente sino mayormente operativo en Europa, ha globalizado una lucha anteriormente reducida a espacios claramente definidos. De esta manera sus prácticas son asumidas  no solamente por expresiones de rebeldía política o racial sino como una forma de lucha también propia de las organizaciones del delito.  Se trata de un fenómeno que en contrapartida fortalece hasta los entonces aislados grupos racistas, ultranacionalista y neofascistas en buena parte del mundo, por lo que es  lógico suponer que esta variante tenga impacto en los conflictos que se desarrollan en buena parte del mundo y en este caso especifico en Venezuela.

La aparición del “escrache”, no tendría por qué sorprender entonces mas allá que su uso se condenado y adema contraproducente para quienes los propician  porque como lo señala la psicóloga social Fátima Dos Santos la violencia cohesiona el núcleo de comprometidos, pero no gana adeptos e incluso puede generar que algunos partidarios se desmarquen. Y en un momento en el cual se está buscando un quiebre en las filas chavistas, es inadecuado presentarles desde este lado un horizonte de lanzas erizadas”.


Ante un desbordamiento de las pasiones con altas dosis de rabia y odio la única respuesta conocida es el dialogo en busca de puntos de equilibrio y aproximaciones para alcanzar acuerdos y formas de convivencia, capaces a la vez de regresar  la legítima disputa política e ideológica a un plano civilizado que garantice la tranquilidad colectiva. No es casual entonces que instancias internacionales como El Vaticano, la ONU, la OEA,  UE, gobernantes y ex gobernantes del mundo entero apuesten por las conversaciones y la mediación sobre bases racionales. Si las dirigencias políticas no entienden que el llamado “Caso Venezuela “ha desbordado los alcances de sus propias estrategias y convertido  en un asusto de mayor gravedad que afecta a la mayoría de la población, se abriría paso a la anarquía, la violencia terminal, y la inevitable injerencia internacional ya no en el plano simplemente diplomático si no mediante formas que supondrían mayores costos y una verdadera tragedia para Venezuela y también para el continente. La situación de Siria no pertenece al pasado.    

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