jueves, 16 de noviembre de 2017



                                                                ANÁLISIS: 



                                                  MUGABE Y CHÁVEZ 

                       ( A propósito del Golpe de Estado en Zimbabwe)




“Has heredado una joya, cuídala” le dijo a Robert Mugabe el entonces presidente de Tanzania Julius Nyerere. Corría 1980 y de la mano de un guerrillero con talla de héroe, nacía Zimbabwe de la revuelta contra el racismo en Rhodesia del Sur. El nuevo  país ya era conocido como el “granero de África”, con una economía diversificada, en plena expansión y con niveles de educación y salud equiparables a los europeos. Treinta años después el cuadro no puede ser más desolador: la esperanza de vida es de 36 años; el desempleo ronda el 80 por ciento de la población adulta; existe regulación máxima de precios; se han encarcelado más de 4 mil empresarios; rige el sistema de trueque y funciona el mercado negro.

En Zimbabwe nace un modelo totalitario, que pese a merecer la condena internacional (Mugabe es conocido como “la vergüenza de África”), perfecciona rasgos políticos propios, entre ellos una empecinada vocación electoral.  En ese camino ha construido una estructura eleccionaria fraudulenta pero que, sin embargo, facilita victorias de los opositores y garantiza espacio para partidos críticos. De esta manera, se utiliza el sufragio, no para la alternancia ni el cambio sino para reelegitimar y afianzar el poder ilimitado. En la conformación del sistema se estimula una “oposición permitida”, en este caso representada por el Movimiento del Cambio Democrático (MCD) que lidera Morgan Tsvangarai. Partido y líder han sido el principal factor de equilibrio y estabilidad de Mugabe durante los últimos años. El 2008 se registró un episodio común en una perversa relación sadomasoquista. Tsvangarai obtuvo la mayoría en las elecciones presidenciales y los resultados oficiales fueron pospuestos durante meses lo que facilitaba otro escandaloso fraude.  Mugabe llamó a una segunda vuelta desconociendo la primera votación y Tsvangarai se presentó a ella pero días antes decidió retirarse y se refugió en la embajada de Holanda, en Harare. Mugabe resultó reelecto oficialmente y luego de negociaciones y con la anuencia internacional, Mugabe permitió el regreso de Tsvangarai con el compromiso de premiarlo con el cargo de Primer Ministro. El 6 de marzo de 2009 Tsvangarai resultó herido en un atentado en el cual pereció su esposa Susan, a quien se consideraba la dirigente más radical del partido. Había lugar para las sospechas conociendo la naturaleza del régimen.  A los días, el ex embajador de Estados Unidos en Zimbabwe, Tom McDonald, aseguraba la responsabilidad de Mugabe al recordar el caso de varios ex ministros de su gobierno, que se habían tornado críticos y que habrían de morir luego  en sospechosos “accidentes de tránsito”. Los países que idearon la fórmula de la coexistencia con el argumento de que ello impediría nuevas limpiezas étnicas por Mugabe, ahora reconocen que no es posible conciliar con el gobernante.

Desde que la revolución bolivariana de Hugo Chávez definió su rumbo autocrático, (si bien en la orientación económica y política ésta procura repetir la experiencia comunista cubana), en el manejo de las elecciones y el tema de la libertad de expresión se apropió de rasgos propios del régimen africano. Chávez ha logrado imponer su modelo apostando a la relegitimación electoral y manteniendo reducidos espacios para la disidencia. El 27 de febrero de 2004, meses antes del referéndum revocatorio que definió los verdaderos objetivos del chavismo,  Mugabe asistió a la cumbre del G-15 en Caracas. Ese día los sectores opositores realizaron una nutrida manifestación solicitando garantías para el evento electoral. La protesta fue reprimida, hubo dos muertos y 25 heridos, mientras Mugabe recibía de Chávez en el hotel Hilton una réplica de la espada de Bolívar. Ahora mismo entre los gobiernos solidarios con Mugabe se encuentra el de Venezuela y entre los amigos inconmovibles de Chávez, por supuesto, aparece el dictador de Zimbabwe.


No tendría porqué llamar la atención entonces que el ex presidente George W. Bush en sus memorias “Momentos Decisivos”, sostenga que “Chávez se está convirtiendo en el Robert Mugabe de Sudamérica”. El ex presidente recuerda en su libro que “Chávez contaminó las ondas con duros sermones antiestadounidenses a la par que divulgaba una versión de falso populismo que denominó revolución bolivariana; lamentablemente derrochó el dinero de los venezolanos y está arruinando su país”. Las afirmaciones de Bush deben valorarse plenamente. No se trata de frases emocionales lanzadas en un discurso o en declaraciones de ocasión sino de afirmaciones decantadas para unas memorias concebidas para la posteridad; tampoco son impresiones de un simple observador sino afirmaciones de quien durante 8 años dirigió la primera potencia del mundo y tuvo conocimiento directo de ambos personajes; y quien además, a diferencia de otros gobernantes de su país, estuvo en la primera línea en los planes de guerra.
Es posible que para Bush las similitudes entre Mugabe y Chávez se fundamenten en que ambos han logrado avanzar en sus modelos totalitarios preservando  ciertas ficciones democráticas; en que juegan al nuevo equilibrio internacional después del cese de la Guerra Fría con la presencia del terrorismo; y que Venezuela y Zimbabwe se encuentran en escenarios territoriales en los cuales no se decide el destino de los poderes militares y económicos del mundo. El 15 de noviembre del 2017 las Fuerzas Armadas se rebelaron contra el gobierno de Mugabe tomaron el control del país; el mandatario fue retenido en su casa y arrestados varios de sus ministros.



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