Manuel Felipe Sierra
Según un alto funcionario diplomático en
Washington, Estados Unidos no reconocerá al presidente elegido en las elecciones venezolanas;
el llamado “Grupo de Lima” compuesto por representantes de 12 países: Argentina, Brasil, Canadá, Chile,
Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú, con
la adhesión de Guyana y Santa Lucía, tampoco lo hará. Como una respuesta a las
sanciones aplicadas por la Unión Europea a altos funcionarios venezolanos, el
gobierno decidió la expulsión del país del embajador de España, Jesús Silva Fernández,
por lo que la Cancillería considera como reacción a una reiterada “agresión
injerencista y colonialista” del gobierno de Madrid. Como si fuera poco, el ministro
de Hacienda colombiano Mauricio Cárdenas, propuso en el Fondo Económico Mundial
de Davos que se implementara un Plan de Emergencia para “el día después” ante
el inminente “colapso de la situación venezolana”.
EL AISLAMIENTO
Cada vez resulta más clara la presión
internacional sobre el régimen de Maduro, ya no sólo en el plano declarativo,
luego del fracaso de las gestiones ante la OEA para la aplicación de la Carta
Democrática Interamericana y acciones similares ante otros organismos
internacionales, si no también a partir de medidas concretas que tengan efecto
en el agravamiento de una crisis que presenta aspectos sin precedentes en este
tipo de situaciones. ¿Por qué el interés de la Casa Blanca, de las cancillerías
europeas y de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos en una salida
urgente al “Caso Venezuela”? Hasta ahora estas instancias apostaban a la
convocatoria a elecciones para definir claramente la voluntad mayoritaria de
los venezolanos, ¿Por qué entonces, de manera automática se cuestiona la
próxima elección presidencial anunciada para abril y que se daría en los mismos
términos de la reciente escogencia de gobernadores y alcaldes, cuando ya los
partidos opositores directamente comprometidos y afectados por el tema preparan
su participación en el evento?
Suele desconocerse que la crisis
venezolana, por la importancia económica y estratégica del país y por la clara
definición ideológica del chavismo-madurismo se inscribe en el juego multipolar
de hoy en día que se ha endurecido con la llegada de Trump a la Presidencia de
Estados Unidos; las complicaciones sociales y económicas de Europa; un
impredecible cuadro bélico en la Península De Corea; la expansión del
terrorismo, las migraciones y las tensiones cada vez mayores en el Medio
Oriente.
En el marco de la “Guerra Fría” el asunto
era más simple: bastaba con el acercamiento político con la Unión Soviética
para definir la naturaleza de un régimen y en consecuencia las respuestas de
Estados Unidos y sus aliados, tal como ocurrió en el caso de la Revolución
Cubana en los años sesenta y en otras experiencias latinoamericanas como el
Chile de Allende, la Revolución Sandinista de Nicaragua y en menor medida lo
ocurrido con Jamaica y Granada con gobiernos que se aproximaron comercialmente
a la Cuba fidelista. En algunos de estos casos se recurrió al expediente de la
intervención militar directa o procurar el estrangulamiento de economías
frágiles y dependientes. Con una célebre frase, Richard Nixon simplifico el
esquema chileno: “Hay que hacer aullar la economía”, y las consecuencias ya se
conocen. Hoy el contrapeso básicamente en el ámbito comercial y financiero a
las políticas norteamericanas la ejercen Rusia, China e Irán, tres países que
de manera directa han expresado su apoyo al Presidente Maduro, y que han
incrementado el intercambio comercial, financiero y la inversión en el negocio
petrolero. De esta manera, las
restricciones económicas aplicadas por Trump (a diferencia de las sanciones a
altos funcionarios por supuestos delitos comunes) tienen un efecto en el manejo
concreto del intercambio comercial, tal como lo registran sectores económicos
privados, y lo cual agrava las causas estructurales ya conocidas del problema.
Si a ello se añade una conflictividad
política que se profundiza y a prueba de diálogos y negociaciones; un escenario
de hiperinflación galopante, la caída de la producción nacional; la escasez de
divisas que se traduce en desabastecimiento de alimentos, medicamentos y el
deterioro de los servicios, sin incluir el incremento de la violencia y la
delincuencia en todas sus expresiones, habría que tomar en cuenta la
importancia que tienen hoy estas advertencias en el exterior y el papel que otros
países puedan jugar en el futuro si no existe una acertada respuesta de los
factores nacionales que están obligados a procurar la solución de los
conflictos entre los venezolanos.
HACE SESENTA AÑOS
El 23 de Enero se recordaron los 60 años
de la caída de Marcos Pérez Jiménez, un hecho que abrió el camino de la
democracia y el juego político plural. La conjunción de varios factores obligo
al dictador a abandonar el poder y el país rumbo a Santo Domingo bajo el
dominio de “Chapita Trujillo”, y se abrió un periodo de varias décadas de
gobiernos producto de la voluntad popular y que en esencia coincidieron, mas allá
de las diferencias ideológicas y programáticas, en profundizar la inversión
social, en salud y educación sobre la base de una diplomacia comprometida con
el sistema democrático latinoamericano. De aquella experiencia vale destacar la
importancia de la unidad que se expresó en el “Pacto de Punto Fijo”alrededor de
temas fundamentales y urgentes, como consecuencia de un proceso unitario que
había sido clave también en la lucha contra una dictadura políticamente primitiva
pero que entendió en su momento la necesidad de impulsar el desarrollo material
de la nación. Por eso se suele hablar también que los años del Perezjimenismo
fueron la “Belle Époque” de los años cincuenta en Venezuela.
@Manuelfsierra
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