martes, 12 de junio de 2018

Análisis
VENEZUELA: 70 AÑOS EN LA OEA

A lo largo de sus 70 años, la Organización de Estados Americanos (OEA), ha tenido en Venezuela quizás el socio más activo y polémico. Su nacimiento el 30 de abril de 1948, en Bogotá, una ciudad poblada de escombros y cenizas por los disturbios sociales provocados por la muerte de Jorge Eliecer Gaitán, estuvo vinculado a las exigencias de la llamada “Guerra Fría” y la política norteamericana de “contención del comunismo”. Rómulo Betancourt, jefe de la delegación venezolana, en su discurso destacó la transcendencia del evento pero advirtió los riesgos de que resurgieran las fuerzas del clásico regresionismo militarista en el continente. Su temor se hizo realidad pocos meses después cuando Rómulo Gallegos fue derrocado por militares golpistas. A los cuatro años la Conferencia Interamericana fue convocada en Caracas  en marzo de 1954 durante la dictadura de Pérez Jiménez y  entre otros, con el claro objetivo de legalizar acciones militares contra el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, al que Washington consideraba “al servicio de una potencia extranjera”. Su principal resolución despejó el camino para que el 18 de junio ya se consumara la invasión del coronel Castillo Armas desde Honduras contra el mandatario guatemalteco. La OEA por la tendencia dominante de los gobiernos miembros servía entonces de paraguas legal a la llamada “Internacional de las Espadas”. 

Tiempo de democracia

A comienzo de los años sesenta, se perfiló la tendencia a favor de gobiernos nacidos de la voluntad popular y que habrían de convivir en una búsqueda difícil, ciertamente, con los remanentes de las viejas dictaduras. Rómulo Betancourt, ahora como presidente constitucional, habría de encabezar el refrescamiento de la institución. En agosto de 1960, en la VI Conferencia en San José de Costa Rica, Venezuela presentó pruebas que involucraban al dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo como responsable de un atentado contra el propio Betancourt y se aplicaron por primera vez los términos del Tratado Interamericano de Reciprocidad que significaron sanciones económicas y el bloqueo diplomático de la isla. Ese mismo mes, y en la misma capital la VII Reunión de Cancilleres aprobó una resolución inicial sobre Cuba, cuando aún no se conocía el rumbo ideológico de la revolución, por considerar “incompatible con el sistema interamericano toda forma de totalitarismo”. Después de otras condenas, en 1963, el gobierno venezolano apeló de nuevo al órgano de consulta para activar el mismo tratado “frente a los actos de intervención y agresión del gobierno de Cuba” luego que en las costas venezolanas fuera capturado un arsenal de armas enviado desde La Habana para ayudar a grupos insurreccionales, y al año siguiente se condenó al régimen fidelista como “culpable de intromisión en asuntos venezolanos”.

Ya en abril de 1963, Betancourt en su último año de gobierno habló desde la tribuna principal de la OEA y definió lineamientos en correspondencia con los cambios políticos ocurridos en el continente en lo que se conoce como “Doctrina Betancourt”, aunque él prefería definirla más bien como la “Posición Betancourt” que condenaba los gobiernos que no hubieran nacido de las consultas democráticas.  La consolidación de gobiernos productos de la voluntad popular, (pese a la etapa dictatorial en el Cono Sur) fue consolidando esta doctrina y como la línea de comportamiento del organismo. En septiembre del 2001, se aprobó en la Conferencia de Lima la Carta Interamericana Democrática que legitima a los gobiernos no sólo por su origen sino también por su desempeño, a propósito de la experiencia ocurrida con el gobierno peruano de Alberto Fujimori. Por cierto que 10 años antes, en 1991, en la Conferencia celebrada en Santiago de Chile,  a pocos meses del regreso de ese país a la democracia, el presidente Carlos Andrés Pérez envió al mandatario Patricio Aylwin un papel de trabajo en el cual recomendaba la conveniencia de ampliar la vigilancia de los gobiernos ante la tendencia autoritaria ya en marcha con el mandatario peruano.  

Renuncia y suspensión

El pasado 5 de junio, la Asamblea de la Organización en Washington con la presencia del Secretario de Estado  Mike Pompeo y la gestión directa del Vicepresidente Mike Pence, Estados Unidos presentó una resolución que declara la “ilegitimidad” de las recientes elecciones presidenciales, “la alteración del orden constitucional” y se decidió además avanzar en el proceso para la exclusión del país mediante una votación de  19 votos  a favor, 4 votos en contra y 11 de abstenciones. Desde mayo del 2016, el “Caso Venezuela” ha cobrado el principal protagonismo en la organización ya con la Secretaria General de Luis Almagro (quien fue promovido entre otros mandatarios por el propio Maduro) y con la petición de que se aplique la Carta Democrática Interamericana tomando en cuenta las dimensiones de la crisis política, económica y social que vive el país agravada por la fuerte corriente de migrantes que se refugian en otros países latinoamericanos. Han sido dos años con reuniones polémicas para obtener la mayoría requerida. En 2007, el gobierno venezolano como un caso único anunció finalmente su retiro de la OEA, cuya implementación requiere un término de dos años.

Consecuencias

Si bien, en esta oportunidad la propuesta norteamericana no cumplió con el propósito de la exclusión sin duda la proyección del debate y los cambios políticos en la composición del organismo abiertamente desfavorables al régimen venezolano, añaden un nuevo elemento a un clima de opinión que se alimenta cada día con los niveles de hiperinflación, la violencia social y la fuga de nativos.  Al mismo tiempo la sanción acentuaría el aislamiento en el marco continental lo cual permitiría nuevas medidas restrictivas en el ámbito comercial que complicarían el cuadro interno. Para José Miguel Vivanco, presidente de Human Rights Watch (HEW), quien ha estado muy atento al tema de los derechos humanos la medida sería un error, y en la misma línea se han pronunciado voceros opositores como el diputado Enrique Márquez, quien sostiene que “hay que mantener a Maduro en la OEA para seguir presionándolo con los mecanismos de control que existan; porque entre suspensión y expulsión hay una diferencia”. Maduro, en cambio, anunció ya que en abril del 2019 cuando se cumplan los dos años para la salida ha convocado a “una gran fiesta nacional”.  Un matrimonio que duró 70 años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario