LA DIÁSPORA: PROBLEMA O SOLUCIÓN
La Unión Europea a través de su
vocera Federica Mogherini anunció que se elevará el compromiso diplomático con
Venezuela y los países vecinos dada la gravedad de los flujos migrantes y por
la situación humanitaria venezolana; el Jefe de Gobierno español Pedro Sánchez
de visita en varias naciones del suramericanas,
propuso que se adopte un sistema de “reparto de cuotas” entre los países
receptores; al mismo tiempo los gobiernos de Brasil, Ecuador, Perú y Colombia
reunidos en Bogotá acordaron medidas frente al problema y también el presidente
brasileño Michel Temer firmó un decreto para desplegar las Fuerzas Armadas en
el estado limítrofe de Roraima. Son apenas
algunas de las noticias que registran los medios de comunicación ante la
que se considera el mayor éxodo de Latinoamérica en los últimos 50 años, y que
hoy alcanzaría entre 3 y 4 millones de personas y que en los últimos dos años
habría aumentado en 895 por ciento. ¿Cómo se explican los niveles de una
diáspora que no obedece a las consecuencias de una guerra, de una devastadora
catástrofe natural y que se origina además en el principal país productor de
petróleo y ejemplo durante décadas de la convivencia democrática, notables
avances en la seguridad social y un ingreso per cápita de los más importantes del continente? De
allí que el fenómeno lógicamente llame la curiosidad y la atención
internacional.
Si bien en los últimos años se venía registrando
una fuga de profesionales altamente calificados, expertos e investigadores
universitarios principalmente hacia Estados Unidos y algunos países europeos,
en la última década creció el traslado de empresarios e inversionistas hacia
Panamá y República Dominicana como destino preferido, pero en los últimos cinco
años, con la caída de los precios del petróleo, la expectativa creada con la
muerte de Hugo Chávez, la reducción de gastos asistencialistas como los famosos
“raspacupos”, el comienzo de un período de agudo desabastecimiento y el disparo
que apuntaba hacia altos niveles de hiperinflación hicieron crecer la tendencia
a abandonar el país, y ahora por amplios sectores sociales básicamente en los países
fronterizos de Colombia y Brasil los cuales atendían ya urgencias de trabajo informal
y necesidades sanitarias, agravadas por alarmantes cifras de violencia
delictiva, de conflictividad política y también
la falta de perspectivas alentadoras sobre la posibilidad de un cambio de la
situación país. Los sangrientos sucesos de calle de los años 2013 y 2017 y el
impacto cada vez más demoledor del alza de precios de productos y servicios
explican en buena parte, que en los dos últimos años la diáspora haya cobrado
proporciones parecidas a lo que ocurre con el fenómeno en los países africanos
y asiáticos y su grave impacto en la vida europea.
Solo signos ciertos de
recuperación económica, del ejercicio democrático con el cese de la
polarización política y planes eficaces para abordar el “caos social” podrían
estimular el retorno de buena parte de los emigrados sobre todo de aquellos
países que también viven azotados por la violencia y la desigualdad social. Tomás
Páez profesor universitario, estudioso de tema migratorio y autor del libro “La
voz de la diáspora venezolana” en un reciente artículo polémico señalaba: la
evidencia confirma que la inmigración contribuye a un mayor crecimiento
económico, al aumento de la productividad, la innovación y difusión
tecnológica, de allí que tenga sentido el concepto de que “la diáspora no es el
problema, es la solución y hace que carezca de sentido cualquier psicosis
antiinmigración”.
SIN LUZ NI AGUA
Esta semana en dos oportunidades
las calles de la capital fueron ocupadas por marejadas de hombres, mujeres y
niños expulsadas del Metro y del transporte público por apagones que afectaron
incluso el manejo de celulares. Una marcha que recuerda los documentales sobre
las enormes corrientes humanas que se desplazan por fronteras africanas y en
algunos países asiáticos y que se repite casi cotidianamente en el interior del
país. Basta con recordar que Maracaibo, la histórica capital petrolera vive en
tinieblas desde hace unos meses, sin contar con la oscuridad que reina en la
mayoría de las ciudades de la provincia. Un cuadro que se hace mucho más
crítico si a ello se añade que existen
poblaciones que desde hace meses no reciben el suministro de agua, dos
servicios en manos de empresas del Estado. Ya bastan las denuncias sobre la
ineficacia de las políticas aplicadas en el caso para garantizar la
electricidad y el agua, o la responsabilidad de agentes terroristas que se
apoderan de conexiones de cables y líneas de transmisión con fines políticos o
para exportar materiales de alta cotización en otros países. Ambos
razonamientos pueden ser ciertos, como lo es la incapacidad operativa de los
organismos oficiales que están obligados a proteger la vida de la población y
más aún en el caso de dos suministros básicos cuyas fallas afectan además la
más sencilla actividad económica, lo cual añade
otro elemento no menos graves a la actual crisis nacional.
“APAGÓN INFORMATIVO”
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