La noche del 9 al 10 de noviembre
de 1938, Alemania y Austria vivieron los ataques de la furia nazi contra la
población judía, que dejaron 91 ciudadanos asesinados y 30 mil detenidos, que
luego fueron deportados a campos de concentración. “Las calles quedaron
cubiertas de vidrios rotos pertenecientes a los escaparates de tiendas y a las
ventanas de edificios y casas de propietarios judíos y más de mil sinagogas (95
sólo en Viena) fueron destruidas. Los grupos fieles al nazismo iniciaban su ofensiva
para controlar al mundo. Adolf Hitler (entonces Canciller) y su colaborador y
mano derecha Joseph Goebbels anunciaban la Segunda Guerra Mundial y anticipaban
la horrenda masacre del Holocausto.
La noche del 13 de noviembre
del 2015 París conoció el estruendo colectivo y sorpresivamente desapareció la luz
de la Torre Eiffel. Se combinaron ataques terroristas al Estadio Nacional, al
Club Bataclan, restaurantes y bulevares que dejaron, en una primera estimación,
153 personas muertas. “Estamos en guerra contra el terrorismo” anunció con voz
entrecortada el Presidente François
Hollande. El Papa Francisco ha venido advirtiendo que estamos en un Tercera Guerra
Mundial por cuotas, pero mucho más compleja e impredecible que las anteriores. El
nazismo operó desde el poder en Alemania y países vecinos con fortalezas económicas,
y capacidad militar. Hitler, Mussolini y sus aliados eran políticos con
experiencia en el ejercicio del gobierno, y representaban movimientos con apoyo
popular. Sólo la superioridad bélica de otras potencias (tal como ocurrió en
1945), habrían de poner término a la guerra. En cambio el terrorismo no tiene
jefes indiscutidos, no lucha solo para ocupar espacios geográficos, ni depende
de su número de aviones, barcos y de su fortaleza bélica, sin embargo está en
todas partes, no tiene rostro y reivindica como victoria la propia muerte de
sus fanáticos. El París luminoso acaba de tener su “Noche de los Cristales
Rotos” ante el desconcierto y la angustia del mundo.
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