Ocurrió una
mañana de marzo 1982 en Santiago de Chile.
Nos reuníamos un grupo de periodistas de América Latina en la sede de la
CEPAL. En un austero y amplio salón se intercambiaban opiniones sobre la deuda
externa latinoamericana y la hiperinflación que azotaba a los países del Cono Sur.
La reunión la presidia el propio fundador del organismo el ya mítico Raúl
Prebis. Sentado en el sillón principal, de impecable traje negro el economista
argentino (fue su última visita al exterior) seguía atento el debate. Enrique
Iglesias entonces el secretario general ponía orden en la reunión. Cada una de las
intervenciones era más sombría que la anterior. Los números resultaban espeluznantes
y según ellos no sólo la deuda era impagable sino que se vaticinaba un futuro
de pobreza y calamidades. En mi derecho de palabra hice una breve exposición
sobre la situación venezolana con los datos del BCV que tenía a mano. Había un
indicador preocupante: una creciente fuga de divisas y el temor sobre el
impacto que podría causar la crisis financiera de México. En el receso se
cruzaban opiniones todas pesimistas y desalentadoras. Uno de los ponentes
cepalista con una taza de café en la mano se acerca y me dice: “Los felicito el
caso de Venezuela es de tratamiento con aspirina”. Ahora se acaba de publicar
el informe de la CEPAL para el 2016 que
indica: “Venezuela registrará el peor desempeño regional con una caída estimada
en 6.9 de PIB “. Ahora son un caso de terapia intensiva, diría el amigo
chileno.
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