El mausoleo de Vladimir Lenin
en el palacio de El Kremlin en Moscú es el mayor símbolo religioso del
comunismo. Miles de fieles, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, se detienen
para ver el rostro momificado del “Zar del martillo y la hoz”, o el “jesuita político”
como lo llamaban algunos críticos benévolos. Pero la famosa tumba ha sido también
una estación obligada para los turistas que visitan la capital rusa. Desde hace
un tiempo (es la décima vez que se recurre al tema), se discute si sería
conveniente trasladar los restos del arquitecto de la revolución bolchevique a
otro lugar donde también comparta honores con revolucionarios inmortales. La razón
es doble: las colas ante el monumento han disminuido notoriamente en los últimos
años, y Moscú está siendo sometida a una remodelación de su arquitectura que debería
afectar la ubicación del histórico monumento. El propio Vladimir Putin se inclina
por el traslado. Los mitos ciertamente no desparecen, pero tienden a desvanecerse
con los años y la relectura de la historia.
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